Monstruos, caídas, abandonos en shoppings, ahogos en un mar revuelto. Todos seguramente tuvimos una o más de estas pesadillas de chicos. Es que los "sueños malos" son muy comunes, especialmente entre los 3 y 6 años, cuando aparecen los miedos y la imaginación se vuelve muy activa.

Y muchas pesadillas se nos quedan impregnadas en la mente. Según recopila la revista Psychology Today, entre los 5 y 10 años solemos tener sueños feos lo suficientemente vívidos como para ser recordados muchos años después. El 75% de la población general se acordaría de al menos una pesadilla de su niñez.

¿Cuáles pueden ser las causas?

Nadie conoce exactamente el porqué, pero hay factores que influyen: tener una rutina de sueño irregular, sufrir de estrés o ansiedad, estar demasiado cansado, experimentar cambios importantes (como una mudanza o el comienzo de clases) o un trauma, o tener una predisposición genética.

Aparte, lo que suceda durante el día, el "resto diurno", tiende a filtrarse en los sueños, explica la Dra. Liliana Verónica Moneta, especialista jerarquizada en psiquiatría y psicología pediátrica. Por ejemplo, si los chicos vieron una imagen violenta o se "tragaron" una bronca contra un hermanito, podrían tener una pesadilla relacionada.

También, "es muy frecuente que los sueños de terror se produzcan luego de enojos con el padre o la madre, o tras la negación de un permiso o la satisfacción de un deseo", agrega el Dr. Gustavo Dupuy, médico psicoanalista y especialista en psiquiatría.

Moneta advierte que, a veces, las pesadillas son un signo de situaciones traumáticas del entorno: violencia familiar, bullying, asaltos, secuestros u otros episodios. "Si los sueños son constantes y afectan la cotidianeidad y la vigilia, estamos hablando de otra cosa", avisa la especialista, presidente honoraria del Capítulo de Psiquiatría Infantojuvenil de APSA.

Las pesadillas más comunes

De acuerdo con la Dra. Moneta, las pesadillas suelen ir de la mano de los temores propios de la edad:

Entre los 5 y 7 años son comunes los zombies, los fantasmas y otros elementos irreales.

Entre los 8 y 10 años, aparecen temores relacionados con los seres queridos cercanos. Miedos a la muerte, a la separación de los padres, a extraviarse.

Entre los 10 y los 12 años, suelen surgir las catástrofes naturales y los animales feroces en los sueños.

En la adolescencia, muchos sueños se vinculan con los pares: el temor al ridículo, a quedar expuesto o marginado.

8 claves para dulces sueños

*"Las pesadillas no se pueden controlar. Sí podemos crear ciertas condiciones para intentar disminuir su frecuencia", indica la licenciada en psicopedagogía, Marysol A. Amuchástegui.

*Fijar una hora para acostarse

*Cenar temprano y liviano, y evitar alimentos estimulantes

*Asegurarse de que la habitación tenga una temperatura adecuada

*Evitar las pantallas al menos 2 horas antes de dormir

*Controlar lo que los hijos ven o con lo que juegan, con el fin de evitar el estrés o ansiedad

*Cuando sea necesario, practicar técnicas de relajación antes de dormir

*Si fue un día difícil, tratar de que el chico se vaya a dormir con una imagen positiva. Un cuento puede ayudar, sugiere la psicóloga infantojuvenil, Belén Messina. "Si se van a dormir estresados, es más probable que tengan pesadillas", dice

*Buscar un objeto que le dé seguridad al dormir. Un osito, una sábana o una almohada.

Después de la pesadilla, ¿qué hacer?

"Acompañarlos, calmarlos, estar al lado de ellos y preguntarles qué soñaron", aconseja Moneta. Reforzarles que el sueño no fue real.

Messina también propone hacer un juego. Cuando una de sus pacientes de 3 años le contó que había soñado con un terrorífico dinosaurio violeta, se le ocurrió aprovechar las versiones de juguete, y hacer que las escondiera. "También le dije que era tan alta, que hasta los podía pisar si le daban miedo", cuenta. "Se trata de dar al chico la seguridad de controlar sus temores".

Eso sí: cuando las pesadillas son frecuentes, y representan un cambio y un problema en la vida del niño, es necesario recurrir a un especialista, concluye Amuchástegui.