Habían pasado más de tres años, pero a Juan Domingo Perón el tema todavía lo estremecía. De traje claro y liviano, revisaba la carpeta en su despacho en Casa Rosada. A su lado lo seguía con la mirada el gobernador de San Juan, Ruperto Godoy. El convenio ya estaba redactado y sólo faltaba su firma. De esa rúbrica dependía que a la provincia vinieran 1,7 millones de pesos para construir casas. El presidente había agregado el requisito de que esas viviendas fueran para obreros que acreditaran tener un terreno. Sabía de las urgencias provinciales. De la desesperación. Del reguero de escombros y olor a muerte que perduraba en los sanjuaninos.


Tomó la lapicera, firmó y le estrechó con fuerza la mano a Godoy. Esa reunión del 1 de octubre de 1947 no pasaría inadvertida en la portada de DIARIO DE CUYO, el joven periódico que llevaba menos de tres meses de vida y que había nacido en el mismo contexto desolador por el que la máxima autoridad de Argentina le transfería a la provincia el resultado millonario de una colecta nacional.

Destrucción total. Poco después del terremoto, propietarios de un bazar en una esquina céntrica de San Juan intentan juntar las pocas cosas de valor que quedaron del negocio. La postal se repetía en todos los rincones de la ciudad, que había quedado devastada por el sismo del 15 de enero de 1944.

Para Perón, entregar esa plata era una deuda múltiple a saldar con un pueblo dolido. A San Juan le debía haberse conocido con Eva Duarte en ese festival solidario en el Luna Park, a beneficio de las víctimas del terremoto de 1944. Se la habían presentado allí mismo, entre la muchedumbre ruidosa y acalorada del mítico estadio a pasos del Río de la Plata. Él se armaba de toda la galantería, la radioactriz le correspondía con gracia. La historia se encargaría del resto.


No imaginaba aún el Coronel que tres años después, con él ya a cargo de la Presidencia, un grupo de obreros ferroviarios sanjuaninos abandonaría decepcionado la antesala al despacho de la jefa de Trabajo y Previsión de la Nación, la propia Evita, porque se había ido sin atenderlos. Lo único que querían era el apoyo de la influyente mujer para acelerar la reconstrucción del San Juan devastado. Tres semanas después, Perón en persona recibía al gobernador Godoy, le apretaba la mano y le daba el documento que permitiría hacer barrios nuevos.

A la intemperie. Por mucho tiempo hubo familias enteras que no tenían ni un refugio mínimo donde dormir, ya que de sus casas quedaban sólo escombros. Algunos años después del sismo, varios miles de sanjuaninos imploraban por la posibilidad de acceder a una de las tantas viviendas en construcción.

No era la primera ni la última vez que el gobierno sanjuanino recibía fondos de colectas y avanzadas solidarias para reemplazar tumbas de escombros por viviendas sismorresistentes de vanguardia.


Pero la plata nunca era suficiente. El tiempo, menos.


El Consejo de Reconstrucción, creado con rango nacional para planear y ejecutar el nacimiento de un nuevo San Juan, había entrado a la cancha con el impulso de una topadora. Pero la década de 1940 avanzaba mucho más rápido que las obras. El Consejo movía hilos y conseguía subsidios de la gestión peronista y créditos del Banco Hipotecario. Pero la gente, el sanjuanino común, no tenía el ánimo ni el bolsillo para andar endeudándose.


La reconstrucción se demoraba y entorpecía. El tema llegó a ser debatido varias veces en el Congreso de la Nación, donde no faltaron los diputados que exigieron al presidente de la entidad, Gerónimo A. Zapata Ramírez, que se dedicara un poco menos a los 'proyectos fantásticos' y más a la construcción de edificios públicos.


Como una forma de aferrarse a las cosas perdurables, la gente en San Juan seguía celebrando la Semana Sarmientina. "Bajo una genial advocación, San Juan renace de las ruinas en forma pujante y vigorosa" rezaba el aviso en el diario. Más que una realidad, era una clara expresión colectiva de deseo.


Bajo el ala de la rezagada reconstrucción empezaban a robustecerse las empresas constructoras. Y las de rubros asociados. Tierras Blancas promocionaba a página completa su hormigón volcánico. Magalhaes y Salama Benarroch Hnos. ponía a la venta 165 casas completas, bajo los límites de las leyes que buscaban ordenar el reparto para socializar lo más posible el acceso a la vivienda. No faltaban páginas en el CUYO con las fotos que usaba la firma Luis Lisi para mostrar cómo se erguían de a poco los flamantes pabellones del Hospital Rawson. Y su colega Gilberto Díaz hacía lo propio con el nuevo edificio del Colegio Don Bosco.



LA DENUNCIA


Pero las sombras apretaban fuerte. Mientras el Consejo de la Reconstrucción y el gobierno provincial hacían malabares en sus operaciones políticas para seguir consiguiendo beneficios nacionales, empezaba a revenir la viveza criolla.

Por un lado, en el Congreso se volvieron moneda corriente las aprobaciones de créditos y subsidios nacionales para construir en San Juan. En una de las sesiones salieron como por un túnel ocho escuelas juntas. Y los préstamos para operatorias individuales eran cada vez más frecuentes y accesibles.

Por el otro lado, había una espina, un rumor que iba ganando en aspereza e incomodaba mucho en los despachos oficiales. El propio Godoy estaba al tanto de lo que se decía y desde el otro lado de la puerta de su oficina se oía sus gritos y reproches por una situación, por lo menos, desbordada.

Cementerio de autos. La cancha del Estadio del Parque de Mayo fue usada para juntar vehículos que habían quedado destrozados. El propio velódromo del lugar, así como las tribunas y la Legislatura que se ubicaba en la parte inferior, también se habían venido abajo.

El malestar estalló muy temprano una mañana a fines de 1947, con una columna al rojo vivo en la sección Opinión del diario. "Familias pudientes en viviendas obreras" era el título.


La denuncia era clara. Mientras el discurso de los gobernantes no se apartaba del elogio al sistema que beneficiaba a los más vulnerables (en sintonía con la línea bajada de Casa Rosada, que decidía la mayoría de los fondos que llegaban a San Juan), en los barrios nuevos proliferaba como plaga un modus operandi indignante. Muchos créditos oficiales "para obreros" terminaban en manos de gente pudiente, que ya tenía su propia y linda casa, entonces construían y ponían en alquiler las viviendas hechas con préstamos del Estado mientras miles de trabajadores seguían hacinados en los barrios de emergencia, en las típicas casillas de ondalit, con los servicios restringidos y la fe carcomida.


Esto se adosaba a las presiones conocidas de profesionales acomodados y empresarios, que golpeaban puertas oficiales para ganar prioridad en los planes de reconstrucción.


La desolación, en esas condiciones, era difícil de disipar.


Con las papas quemando, hacia 1948 el gobierno redobló el relato. Y la acción. Bajo el sol impiadoso del 15 de enero, el mismo día que se cumplía 4 años del sismo devastador, las autoridades llamaban a concurso de anteproyectos para levantar la nueva Casa de Gobierno, Tribunales, Central de Policía, cárcel provincial, Legislatura y otros edificios públicos menos rimbombantes. El anuncio fue colosal, en un acto sobrepasado de consignas positivas en referencia al valor de los sanjuaninos y su capacidad de sobreponerse a los trágicos designios providenciales.


Días después, al campeonato de la liga local de fútbol se lo rebautizó como Torneo Resurgimiento. Y desde Gobernación desfilaban los informes hacia Presidencia para tener al tanto a Perón y sus ministros de cómo se usaba los millones que venían para volver a poner en pie la provincia.

Volver a la vida. Sobre el final de la década, San Juan intentaba recuperar su ritmo de vida normal. Pero las actividades como desfiles y celebraciones públicas, incluida la Semana Sarmientina, se realizaban sobre el estremecedor fondo de una provincia que aún tenía edificios de adobe que estaban inutilizados.


Calmar el ánimo social era prioritario. Luego de haber prohibido por completo el uso de adobe, se lo volvió a permitir pero sólo en las viviendas semirrurales y rurales. La idea era que los sectores más pobres no dependieran exclusivamente de la toma del crédito para recuperar su techo. Al diario empezaban a llegar cartas de obreros, trabajadores de la reconstrucción, que le imploraban al gobernador un lugar donde vivir antes de que cuajara el invierno.


En ese clima, en una provincia dolida y descontenta, sobre el final de la década se anunció un desafío colosal que buscaba alinear los ánimos: el nuevo plan de licitación de trabajos implicaba una inversión cercana a los 144 millones de pesos (construir una escuela, por ejemplo, costaba alrededor de 250.000 pesos) destinados a obras, entre ellas 3.200 viviendas, 21 edificios escolares con capacidad para 29.000 alumnos, el matadero y frigorífico regional, el mercado y feria de abasto y algunos palacios municipales.


Paralelamente, cuatro bancos anunciaban el inicio de obra para sus sedes locales. El deporte y la cultura recibían su parte de fondos para volver a funcionar. Y los viveros fiscales salían a ofrecer las 500.000 plantas que estaban cultivando para los nuevos hogares de los obreros. Esto último no era un detalle decorativo: era la más elaborada metáfora para hablar de una nueva vida, de una puerta abierta al resurgimiento definitivo del espíritu humano en San Juan.