Tenía sólo tres meses y una vida absolutamente normal en su Valle Fértil natal. Jerónimo pasaba sus días entre sonrisas, mamaderas, pañales y juguetes. Nada hacía presagiar el calvario que debería atravesar junto a su familia. Con todos los controles pediátricos al día y sin que las ecografías del embarazo anunciaran nada, el mundo de la familia Pérez Godoy se derrumbó. De la noche a la mañana, de la peor manera en que el destino puede golpear. Con la salud de un hijo.

Todo comenzó mientras dormía. Cuando su mamá Eloísa Godoy (25) lo despertó, le encontró una roncha en uno de sus bracitos. Como desapareció a las pocas horas, no le dio mayor importancia. Sin embargo, al día siguiente la situación se repitió pero de manera mucho más violenta: el bebé tenía todo el cuerpo con manchas.

De inmediato lo llevaron a la pediatra, que les indicó unos análisis clínicos. Los resultados de laboratorio confirmaron que Jero padecía una grave enfermedad, artresia biliar, y que debía ser intervenido quirúrgicamente en forma urgente. Lo operaron en el Sanatorio Argentino pero las cosas no resultaron como esperaban. Se le soltó un punto, provocando una peritonitis que complicó aún más su cuadro. Los riñones comenzaron a fallar. “Acá en San Juan no hay una máquina para dializar o un hemofiltro para un nene tan chiquito”, comenta el papá a DIARIO DE CUYO.

Minuto a minuto, la salud de Jerónimo se deterioraba, su vida comenzaba a apagarse. Y sus papás escucharon palabras que les destrozaron el alma: “tiene 48 horas de vida”. Aun así, en ese contexto, jamás bajaron los brazos.  Mientras hubiera vida, la esperanza seguía.

En ese punto había una sola salida: el traslado a un hospital de Buenos Aires. Pero su estado era tan grave que los médicos no querían que viajara. Sin embargo, los papás se pusieron firmes. Sabían que debían agotar todas las instancias. “No me iba a quedar pensando por qué no lo hicimos. En San Juan se moría”, dice Jonatan Pérez (39) y no puede evitar un quiebre en su voz.

Después de lidiar con la obra social Galeno que no quería hacerse cargo de los costos y luego de no conseguir cama en el Garrahan, al bebé lo llevaron en avión hasta el Hospital Austral, de Pilar. “Durante el vuelo, todo el tiempo estuvo acompañado por médicos y enfermeros. Su estado era desesperante. Cuando llegamos la situación era como en las películas. Los subieron a la ambulancia y en el hospital corríamos por los pasillos con la camilla”, recuerda Jonatan.

 “Se le saltó otro punto generando una nueva peritonitis. Lo operaron de nuevo, le hicieron un lavaje y lo dejaron abierto durante seis días porque empezó a sangrar. Lo dializaban, pero el hígado también empezó a fallar. Nos dijeron que no iba a salir, pero salió”. Un trasplante era la única solución, por lo que comenzaron a realizarle estudios a la madre para determinar si era compatible o no con su hijo. Después de tres días de espera, el resultado era el que todos esperaban. El 8 de noviembre, ambos entraron a quirófano y Eloísa le donó parte de su hígado a su bebé.

“Cuando me dijeron que tenía que donarle el hígado yo ni lo dudé. Si con un pedazo de mi órgano lo salvaba, lo iba a hacer”, dice Eloísa.

Fueron momentos de angustia incontrolable, profundo dolor. Horas eternas. Sin embargo, y pese a que los médicos eran pesimistas con respecto a la situación, los papás nunca perdieron la fe. Creyentes, jamás se despegaron del rosario ni dejaron de rezar. Incluso, pasaban horas en la capilla del hospital.

"A Jerónimo le llegaron todas las cadenas de oración, sin importar la religión. Gracias a eso él está acá"

“Nosotros le hablábamos siempre porque si bien estaba conectado a un montón de aparatos, cables, respirador, cuando nos sentía nos apretaba el dedo y eso nos impulsaba a seguir mucho más”, recuerda Eloísa con los ojos llenos de lágrimas.  

“Nunca nos imaginamos que nos iban a recibir así en el aeropuerto. Y en el Valle va a ser igual. Sólo tenemos palabras de agradecimientos para todos. Para la gente del Hospital Austral y la obra social Galeno de Buenos Aires”

Tras cuatro meses internado en una cama del Hospital Austral y desafiando a la muerte, el pequeño guerrero recibió el alta. Los mismos médicos no dudaron en calificar el hecho como un milagro. Hicieron todo por él porque no querían dejarlo ir. Es que a su cortísima edad y con un cuadro tan grave, las chances de sobrevivir eran casi inexistentes. Pero lo hizo. Y cómo.

Actualmente toma medicación, vitaminas, pero lleva una vida normal. Se alimenta por sonda porque debe recuperar peso, pero en breve comenzará otra vez con la mamadera. Es que al succionar, baja de peso y por ahora no es conveniente. Además, deberá viajar una vez por mes para que le efectúen los chequeos obligatorios. Con respecto a la calidad de vida que tendrá Jerónimo en el futuro, mientras los medicamentos no falten, será normal. Podrá hacer cualquier actividad.

Por su parte, Eloísa también deberá someterse a controles y llevar adelante una dieta saludable.

La peleó como pocos, atravesó circunstancias extremas y hoy despierta otra vez con una gran sonrisa en su boca. De ojos brillantes y pestañas enormes, es un bebé comprador. Tanto que al momento de la despedida, médicos y enfermeros del Austral no podían dejar de llorar. Las cicatrices en su cuerpo serán marcas de una batalla en la que luchó como un héroe. Y que ganó.

Qué es la atresia biliar

Se trata de una obstrucción de la vías que transportan la bilis, desde el hígado hasta la vesícula biliar. La atresia biliar ocurre cuando las vías biliares dentro y fuera del hígado no se desarrollan de manera normal. Pese a las investigaciones médicas, no se conoce la razón por la cual esto sucede.

Las vías biliares ayudan a eliminar los desechos del hígado y transportan sales que ayudan a que el intestino delgado digiera las grasas.

En los bebés con atresia biliar, se presenta obstrucción del flujo de bilis del hígado a la vesícula. Esto puede llevar a daño hepático y cirrosis del hígado, lo cual puede ser mortal.