Todos en Caucete lo conocen. Cuando camina por las veredas del centro del departamento le gritan al pasar ’Chimi’, es que todos lo llaman Chimichurri. Hace sonreír a la gente con ocurrentes versos y le canta a las mujeres, siempre con respeto. Es Alberto Isaac Morán, un hombre de 72 años que vive en un cantero de una plaza del departamento y que asegura que le gusta esa vida que lleva. 

Camina apoyado a un bastón, que en realidad es un palo de escoba, sin embargo se pasa las horas paseando por las veredas del centro caucetero saludando, a los gritos, a los comerciantes y vecinos. En ese trayecto varias personas se acercan y le dan algo de dinero, o le regalan frutas o verduras para que se cocine.

Contagia mucha alegría y asegura que es su escudo para mantenerse vivo. Sin embargo, cuando habla de cómo duerme, cocina y cómo hace para hacer las compras la sonrisa se le borra de a poco y la seriedad, o la angustia, se deja ver en su rostro. Esa angustia se mezcla en varios momentos de su charla con frases confusas y contradictorias. 

El hombre contó que vive en la plazoleta desde hace no más de un mes, pero los vecinos aseguran que vive en esa situación hace muchos años. El hombre aseguró que no tiene familia, pero por momentos habló de sus hijos (que viven en San Luis), de su esposa, sus hermanas y su papá que murió hace pocos días. Sin embargo, estos familiares nunca fueron vistos por ningún vecino.

La gente de la zona cree que el llegó a Caucete desde 25 de Mayo, aunque él dijo que lo hizo desde Luján, Mendoza. Estas son algunas de las contradicciones que contó al hablar de su vida. 
La plaza en la que vive está junto a la planta de tratamiento de OSSE. Tiene un sector extremadamente limpio, porque él lo mantiene así, mientras que otros rincones tienen mucha basura. En un cantero tiene armada su habitación donde todas las noches duerme.

En ese cuarto improvisado, que tiene un nailon colgando para que no pase el frío, guarda sus únicas pertenencias. Sólo tiene algunas camperas y pantalones rotosos, un gorro de lana, un colchón y ’como 14 frazadas para no helarme’. Con ladrillos, un balde viejo y algunos retazos de tela se construyó un banco para sentarse y siempre tiene junto a su asiento una escoba, un bidón con agua para beber y una botella de lavandina para higienizar ese rincón de la plaza. 

En otro sector del espacio verde, cocina. Ama tomar mate en las mañanas, así que prende el fuego y con una pava toda tiznada y una parrilla vieja calienta el agua. Ahí desayuna antes de salir a rebuscarse la vida. También en ese lugar prepara el almuerzo y la cena, con los alimentos que le regala la gente.

Esto, a pesar de que él dijo que tiene plata porque es jubilado. ‘Yo tengo hasta mujer e hijos, pero no vivo con ellos porque me van a molestar. No me gusta que me digan lo que tengo que hacer y vivir así me gusta. Yo no molesto a nadie y no tengo miedo de que me pase nada. Esta vida es la que quiero‘, repitió en varias oportunidades.