Isabel Contreras se seca las manos con la remera. Recién termina de lavar un poco de verdura para hacer el almuerzo, en la improvisada cocina que armó a un costado de su casa, en el asentamiento Sagrado Corazón, en Rivadavia. Como pudo ordenó los colchones, porque desde que gran parte del techo colapsó a causa de las lluvias, no se anima a entrar a la parte del rancho que quedó en pie más que para lo indispensable, al punto que ella, sus hijos y su hermano llevan dos noches durmiendo a la intemperie. "Menos mal que no estábamos adentro, porque si no el techo se nos cae encima", se consuela la mujer. Carlitos, su hermano con capacidades especiales, señala el cañizo que quedó en el suelo y los palos, apoyados en una pared que casi no resiste, y balbucea palabras inentendibles. "Pobrecito, está asustado", dice Isabel y llama a sus dos hijos pequeños hacia la parte delantera de la casa.

Cerca de ella, otras dos viviendas muestran los signos de la lluvia que cayó en forma constante durante el fin de semana: paredes semiderruídas y cañizos hundidos por el peso del agua que se acumuló sobre el barro y el nailon. Sus ocupantes, sin embargo, tuvieron más suerte que Isabel, porque consiguieron dónde irse. "Yo no tengo nada. Vivo acá desde hace 4 años y me metí porque no tenía dónde ir. Pero así como está, esta casa es un peligro. No puedo meter a los niños a dormir adentro porque tengo miedo que lo que queda de techo se caiga sobre ellos y les haga daño", se lamenta la mujer.

El baño es, curiosamente, la única parte de la casa que conserva el techo casi completo. Pero otro peligro acecha allí a Isabel y a sus hijos, porque el piso se empezó a hundir desde que las lluvias se hicieron más intensas. El espacio que ocupaba la cocina ya no existe y en el techo que está sobre la habitación donde Isabel puso los colchones, se cuelan rayos de Sol porque el barro se va cayendo de a poco. El olor a humedad se mete en la nariz ni bien se traspasa la puerta, porque aunque ya no llueve, todo sigue mojado. "He pedido ayuda a tanta gente. Tengo una carpeta en el IPV, pero no tuve suerte. Hasta me pidieron un presupuesto porque me iban a dar los materiales para hacerme una casita aquí mismo, pero como me dijeron que el albañil cobraba caro, no me dieron nada", cuenta la mujer.

El asentamiento Sagrado Corazón está hecho de contrastes. Ahí conviven casas hechas de ladrillo y cemento, humildes pero seguras, con ranchos como el de Isabel, donde la miseria es lo único que sobra. "No tengo trabajo, no consigo ayuda -dice tristemente, enumerando sus carencias.- Me dicen que espere, que el IPV me va a dar una casa. Y mientras, yo sola tengo que criar a mis hijos y atender a mi hermano. Es una desgracia tener que vivir así".