La imagen de unión ofrecida por los jugadores argentinos a lo largo de toda esta semana, y resumida en el consuelo colectivo a Juan Martín del Potro tras la derrota ante Nadal, es el dato saliente que queda de la final de la Copa Davis. Atrás ya quedaron las declaraciones, los entrenamientos, las ilusiones. La derrota consumada supone una autocrítica y un análisis, pero más allá de las especulaciones posteriores, el equipo dejó una muy buena imagen.

Si la recordada final en la edición 2008 en Mar del Plata, dejó como saldo no ya la decepción sino un cruce de enojos y recriminaciones entre los integrantes del equipo (sobre todo entre Del Potro y David Nalbandian), esta vez fue muy distinto. Ahora el grupo se mostró unido y fuerte en todo momento a pesar de lo que quisieron graficar en cierto momento los medios españoles, que "chicanearon" en la previa asegurando que la relación interna del plantel era mala e idéntica a Mar del Plata.

En lo puramente tenístico, quedó en claro todo el sacrificio del equipo nacional. La serie estuvo bien planteada, se entrenó con tiempo y se utilizó la táctica correcta.

Esta vez no caben las recriminaciones, se hizo todo lo posible y se perdió porque España fue, sencillamente, superior. Ahora la carta está abierta, porque simplemente hay equipo.