Levantó 4 veces los puños y los aplausos resonaron como nunca en el Auditorio Juan Victoria. Se atrevió a mirar a quienes sostenían el ritmo con las palmas, antes de encarar a la mesa de autoridades y recibir el diploma de Ingeniero Civil. A los 60 años, Gustavo Cerrati  completó una etapa de su vida y su historia fue la de mayor repercusión en la última camada de ingenieros de la UNSJ, que tuvo ayer martes su acto de colación.

“No sé dónde voy a colgar el cuadro todavía. Sí sé que haré unas copias para llevarlas y dejarlas en el cementerio cuando vaya a visitar a mis padres”, afirmó el flamante ingeniero y el sacudón interno se manifiesta también con la voz que se le quiebra.

Gustavo comenzó a estudiar en 1980 y cuando le quedaban solamente dos materias para recibirse, falleció su padre. En ese momento, tuvo que ponerse al frente de la empresa constructora, estaba casado y pronto llegarían los hijos. La demanda de tiempo apartó a la carrera universitaria de las prioridades y el sueño de recibirse fue quedando en el letargo.

Reconoció que intentó en un par de ocasiones sacarse la espina, pero no prosperaban esas pretensiones. La vida continuó, se separó en 2015 y al año siguiente comenzó una nueva relación. “Cuando le comenté sobre el tema, prácticamente me instigó a que completara la carrera. Me averiguaba fecha de inscripciones y varias cosas más”, recordó.

El primer día de clases, sus compañeros lo vieron entrar y creyeron que era el profesor. Convivió con esa ‘confusión’ hasta ayer martes. “Podían ingresar al estacionamiento interno los vehículos con los egresados y también le tuve que explicar al guardia que no era un padre de egresado, sino un egresado”, compartió con otra sonrisa. Durante el acto, la emoción fue tan fuerte como el día que se recibió.

“No se si seré ejemplo para mis hijos y nietos, espero que sirva para recordar que vale la pena completar tareas pendientes, no importa el tiempo que haya pasado”, resumió. Y vuelve a emocionarse hasta las lágrimas, cuando visite a sus padres y deje el diploma. “Mi viejo falleció para el Día del Padre en 1990 y le prometí en la tumba que le iba a llevar el título, que era lo que él tanto quería”.