Adrián Villar Rojas es sin dudas el artista argentino con mayor éxito internacional de la actualidad.  Este rosarino imparable de actitud taciturna tiene sólo 36 años. Ganó el certamen Curriculum Cero de la galería Ruth Benzacar, con el que despegó su carrera. Sus megainstalaciones han hecho pie en lugares icónicos como el Jardín de las Tullerías, de París, a metros del Museo del Louvre, y el MoMA de Nueva York. Estrenó edificios como la Fondation Louis Vuitton en París, la Serpentine Sackler Gallery y paseos como la High Line neoyorquina. En los últimos años, no alcanzan los dedos de la mano para contar sus presentaciones anuales. No por nada en Rosario hablan de él como “el Messi del arte”. Joven, de éxito planetario, indiscutible talento reflejado en golazos de muestras.

Sus trabajos son cada vez más grandes. Esculturas que revalorizan el trabajo humano, el esfuerzo y las horas. A veces, pocas piezas monumentales. Otras, cantidades industriales de pequeñas figuras. Artesano, constructor, arquitecto, instalacionista, dibujante, pintor o escultor, lo suyo es pura poesía: Lo que el fuego me trajo, El momento más hermoso de la guerra no sabe distinguir el amor de cualquier sentimiento, La inocencia de los animales, Los teatros de Saturno, se titulan algunas de sus muestras.

La arcilla, material frágil y quebradizo, hace que en cuestión de horas sus piezas parezcan ruinas. Villar Rojas se pregunta qué va a quedar de su obra cuando él ya no esté. De qué se harán sus retrospectivas. “El 90 por ciento de lo que he estado haciendo en los últimos cinco años de mi vida ya no existe más. Soy un artista que está masacrando su propia práctica”, dice al pie del site specific Fantasma, en Estocolmo, una plataforma luminosa sobre la que se exhibe una acumulación: zapatillas viejas, mp3 entre escombros, una mujercita con pierna ortopédica, un robot devastado, calamares, berenjenas y otras piezas que no se sabe si son animales, vegetales, minerales, productos industriales o esculturas. O todo eso a la vez, mutando en el tiempo, pudriéndose o creciendo. Se complementan con fotos reales del Monumento a Colón acostado detrás de la Casa Rosada, que perfectamente se encuadra en su trabajo. Poetiza, una vez más, la muerte, un futuro incierto, la nostalgia o lo venidero.

Fuente: La Nación