A las 21.30 horas, las 3.000 sillas dispuestas frente al escenario estaban ocupadas y parecían formar una isla entre un mar de gente. A esa altura de la noche del martes, más de 20.000 personas se apretujaron para ver a los cordobeses. El show empezó 4 horas más tarde. Pero no hubo desertores ni protestas entre el público. Los fanáticos de esta banda soportaron la espera coreando su nombre. Esto se vivió durante la previa de la actuación de Sabroso, que en la madrugada de ayer brindó un espectáculo exquisito.

A pesar de que el locutor pidió "mantener la calma y no saltar", cuando los cuarteteros hicieran su aparición en el escenario, no logró acatamiento. Cuando apareció Lisandro Márquez, uno de los vocalistas del grupo, se desató el delirio. La masa lo recibió a los saltos. A nadie le importó los codazos y pisotones que recibió a cambio. Los únicos que se abstuvieron de expresar su euforia de esta manera fueron quienes, en medio de la multitud, formaron círculos para proteger a los niños que, vencidos por el sueño, dormían en el suelo. Y aquellos que cargaban en sus hombros a sus hijos o mujeres para que pudieran tener una mejor visión del escenario. Un privilegio que menos de la mitad de espectadores tuvo. Fue tal la cantidad de gente que muchos debieron conformarse con ver el espectáculo a través de las dos pantallas gigantes que colocaron en el lugar.

La banda comenzó el recital con algunos de sus temas clásicos, y pareció estar grabando un material en vivo. Los sabroseros, carteles en mano, corearon y bailaron absolutamente todas las canciones de estos cuarteteros, incluso las de Bravo, el último trabajo discográfico del grupo. Actitud que se mantuvo por las casi dos horas que duró el espectáculo. Y tanto dentro como fuera del predio. Sin poder verlos, pero sí escucharlos, cientos de personas se agolparon contra las rejas de una de las entradas al predio por calle Las Heras, para poder disfrutar de la música de sus ídolos. Algunos quisieron entrar por la fuerza, pero la Policía frenó el intento.

Ni siquiera el gobernador Gioja pudo dejar de engancharse en la fiesta generada por Sabroso. No cantó ni bailó, pero desde su ubicación en primera fila y frente al escenario, hizo palmas para acompañar cada una de las canciones que interpretó la banda.