"Dime lo que necesites en adelante, y en qué puedo serles útil. Mientras yo pueda, y tenga los medios de ayudarles ustedes no deben privarse de lo esencial para la vida", fue lo que le escribió Sarmiento a su hermana Bienvenida en 1864. Este hombre polémico y multifacético vivió preocupado por el bienestar de su familia, ya sea desde el exilio, o mientras se asombraba por la modernidad de Nueva York o en sus últimos días en el Paraguay. Así lo muestra su epistolario personal, hoy guardado en el Museo Histórico Sarmiento.

Las cartas muestran una faceta poco conocida del prócer, fanático de las uvas, de las conservas que hacían sus hermanas y de las fotografías. "Dile a Procesa que me mande su receta de duraznos en agua ardiente que eran tan buenos. Mándame siempre que puedas conservas de membrillos", volvió a escribir en 1874, desde Buenos Aires. La mayoría de la correspondencia con su familia iba acompañada de cajas con alimentos, conserva, ropa, muebles y hasta plantas.

Sus escritos muestran la preocupación por su hermana Procesa porque enviudó, la admiración que sentía por su nieta Eugenia y cuánto le preocupaba el futuro de su nieto Augusto. Pero fue con Bienvenida con la que más se escribió. Lo unió un lazo especial con esta hermana, que fue maestra del Colegio Santa Rosa, fundado por Sarmiento en 1839, a la que le contaba de sus planes políticos, y hasta le daba consejos caseros. Desde Lima le escribió en 1865: "No gastes mucho en Zonda, el terreno revenido matará todo, pon sauces en la orilla del estero y en la calle, haz leer mucho a las niñas más grandes".

Un apasionado de las fotografías: insistió a su familia que le enviara fotos para saber cómo se veían. Él hacía lo mismo. "Te incluyo una fotografía reciente mía, que me muestra el grado de gordura alcanzado, disimulándose así las arrugas y demás deterioro de los años", le escribió a su hermana en noviembre de 1872. En esa misma carta le pidió que se abstuviera de enviar higos en almíbar por un tiempo para que no siguiera engordando.

Pero a pesar del paso de los años y de los agobios físicos Sarmiento no perdió el placer por la comida y la obsesión por lograr que su familia estuviese bien. En 1887 volvió a escribirle a Bienvenida: "Las uvas que mandaste han sido deliciosas y las he saboreado como las últimas de este año. Quisiera mandarte algo de ropa en el invierno pero no sé lo que necesitas no quiero repetir piezas que durarán años".

Ya en último año de su vida, le contó a su hermana: "Mi salud está buena, aunque tengo ataques de garganta y supuración permanente de un oído. No tengo aquella poderosa digestión de antes". En agosto de 1888, a menos de un mes antes que su hermano muriera, Bienvenida le escribió: "Una cosa no me tiene contenta. Dices que estas atareado todo el día con la cabeza bajo el sol. ¡No sabes tú que el sol del invierno es tan dañoso como la humedad! Es una lástima que no hayas tenido la idea de haber leído un poco sobre medicina para que hubieras podido cuidarte un poco". Fue la última carta que ella le escribió y la última que él leyó.