José Luis Chávez, papá de Yoko y Thiago

Enseñanzas de la vida


Cuando el 14 de junio de 2010, Thiago y Yoko llegaron a la casa, fue una verdadera revolución. Los chicos que por ese entonces tenían 3 y 2 años, habían sido entregados a Casa Cuna de Buenos Aires porque su mamá biológica la única progenitora presente- no podía hacerse cargo de ellos y transitaba un tratamiento por adicciones. Por eso, lo mejor que les pasó fue que unos parientes lejanos los quisieran como hijos. Y no sólo eso, los chiquitos lograron tener no sólo dos papás, sino cuatro. Es que si bien David Robledo y su esposa Aydeé Baez son los papás adoptantes para la ley, se sumaron a esta noble y titánica tarea, su hija Vanesa y su yerno José Luis Chávez, quienes de inmediato adquirieron el mote de "la otra mamá y el otro papá''. Ahora les sobra amor y por supuesto quienes estén atentos y dedicados a ellos. 


La revolución sigue en esa casa, sigue más que nunca. Ya han pasado 10 años, los chicos van al secundario y aunque falte otro pilar fundamental en sus vidas, como es Vanesa, que falleció hace 3 años por los recurrentes tumores en la cabeza, (razón por la cual no fue ella y su esposo quienes tramitaran la adopción legal), la familia está en pie. Y entre todos, le van encontrando un sentido a la vida, conviviendo.


Por eso, cada uno de sus integrantes aporta algo a la feliz rutina que incluye, además de juegos, actividades artísticas y domésticas, las tareas de la escuela. José Luis, el papá de corazón, es quien se ocupa de ayudarles en las impresiones de las guías y a estudiar Biología y Tecnología, dos materias en las que se siente cómodo. "Es muy divertido hacer los deberes y las guías con los chicos. Pero debo aclarar que mis suegros también hacen lo suyo. Y que todas estas tareas nos han ayudado a estar a tono con las circunstancias: a estar actualizados con la tecnología porque hay que ocupar computadora, teléfono, tablet, sin descuidarnos de cuadernos y libros, además de generar un espacio de estudio y concentración. Ha sido muy entretenido para todos y los chicos nos han demostrado, una vez más, cómo nos ha cambiado la vida'', reconoce este papá que por las mañanas es empleado del área Estadísticas de Salud Pública y por la tarde, es secretario en una escuela. 


"Más allá de los contenidos de la escuela, hemos disfrutado de esta situación de poder ver lo que van aprendiendo, paso a paso, y de compartir como familia. La pandemia nos ha regalado tiempo para poder cumplir con la escuela pero también para jugar y charlar. Hemos hecho deberes pero no dejamos de hacer campeonatos de tejo, de tuti frutti, hemos jugado a las escondidas, hemos pintado mandalas y macetas. Ha sido un tiempo de amor y de disfrute, de enseñanzas de vida, en la que también hay momentos de felicidad y no sólo de dolor'', dice José Luis.



Jorge Sánchez, papá de Juan Francisco y Andrés Gabriel

Socios en el aprendizaje diario


Se supone que para un docente es más fácil transitar las diferentes etapas educativas de sus hijos. Algo de cierto tiene esa afirmación respecto de la vocación, aunque Jorge Sánchez reconoce que en el último tiempo, con tantas demanda escolar virtual y con la convivencia al ciento por ciento, ha tenido que regenerar sus fuentes de paciencia. El mismo lo define: "no es lo mismo ser el papá, que el maestro. Los chicos quieren que les enseñen sus maestros y estar en un ámbito de escuela para poder aprender. De todos modos, la crisis no ha hecho adaptarnos a todo. Y tan mal no nos ha salido. En el caso de mi familia, hemos optado por convencernos que somos socios, en todo, en las tareas, en las responsabilidades pero también en los momentos de distensión. Así nos manejamos siempre, claro que para eso hace falta mucho amor y paciencia'', dice feliz de la estrategia que llevan adelante desde hace años con su esposa Juana (que es maestra de grado) y con sus dos pequeños, Juan Francisco (de 7 años) y Andrés Gabriel, de 5. Asegura que disfrutan de los momentos de sentarse con los cuadernos y los útiles porque lo toman como parte de un juego.


Este papá es profesor de Filosofía y de Formación Ética en dos secundarios y gran emprendedor (actualmente tiene un taller de carpintería y tapicería, además vende artículos de higiene personal y de limpieza pero ha sabido hacer de todo, desde tejer a telar, hacer comidas para llevar, entre otros negocios para sobrevivir). Está convencido que en tiempos de crisis es cuando más hay que apelar a la creatividad y a la tolerancia. "En mi casa las tareas son compartidas y las hacemos todos. Somos socios en esta empresa familiar. Por eso no es algo raro lo que pasa con las tareas de los chicos. Es cuestión de organizarse y tirar para el mismo lado para que las cosas salgan'', cuenta este papá que esta semana le tocó ayudar a hacer cuentas con su hijo más grande y pegar fideos y papelitos de colores en las letras del nombre de su hijo menor, sólo por citar un ejemplo. Además entre ellos han jugado mucho al fútbol, han construido pistas de autos de madera y han leído muchos cuentos. 

"Sé que los chicos, tarde o temprano van a adquirir los conocimientos académicos. Creo y es lo que trato de hacer, que este tiempo es para entrenarse, aprender y desarrollar otros valores como darle importancia al esfuerzo que cada uno hace. Me interesa fomentar y estimular a mis hijos en sus pequeños grandes logros, que se sienta reconocidos. Pienso que cuando son chiquitos es el momento de generar esos valores. Por eso hablamos de la importancia de la familia, les vivo diciendo que los quiero, charlamos sobre el respeto mutuo, sobre los desafíos, sobre el trabajo y el esfuerzo'', explica el hombre que desea que sus hijos nunca dejen de sentir a Dios como un amigo, que puedan ser empáticos con quien tienen enfrente y que siempre puedan soñar, un aliciente que los motive a hacer realidad esos anhelos. 


Fernando Dieguez, para de Vicky y Lucas

Actualizarse es la clave


Si ser un buen papá es dar el ejemplo, es compartir tareas con sus hijos, es enseñar con paciencia y disciplina, Fernando Dieguez está dentro de esa categoría. Como todo padre sabe que la base de un buen futuro es la educación, razón que lo motivó a estar siempre presente en las actividades escolares, una tarea que se profundizó en esta cuarentena. Esta vez las exigencias y los desafíos fueron mayores porque la actualización y la paciencia se convirtieron en las herramientas fundamentales para hacer las veces de docente, sobre todo con su hija Vicky que cursa el sexto grado de la Escuela Merceditas de San Martín. Con Lucas las cosas son bien distintas porque ya transita el último año de la Escuela de Comercio Libertador General San Martín (UNSJ), lo que no significa que esté menos pendiente de todas sus actividades.


Fernando trabaja en la oficina de información aeronáutica del Aeropuerto Domingo Faustino Sarmiento, uno de los lugares que primero cerró sus puertas para evitar la propagación del virus. Así es que sólo va a trabajar en situaciones en las que es convocado por sus superiores, si no está en casa. 


"Siempre he colaborado con los quehaceres domésticos y con los chicos en las tareas escolares. Claro que ahora eso se ha profundizado, me demanda más tiempo ayudar a los chicos sobre todo a la más pequeña que tiene más tareas y necesita más apoyo. Muchísimas veces he tenido -y tengo- que apelar a Google o Youtube porque hay cosas que las hacen de una manera muy diferente a la que las hacíamos nosotros, y ni Andrea -mi esposa-, ni yo sabemos. Esta situación nos ha obligado a actualizarnos ", indica Fernando que sólo tiene 48 años.


Una de las cosas más importante que consiguió, es que su hija le preste mucha atención, quizá por la paciencia que él prodiga al enseñarle. "Siempre me busca a mi para hacer las tareas y respeta lo que le digo. Incluso muchas veces son cosas que sabe resolver y trato de hacerle ver que puede empezar ella sola, pero la cuarentena puso a los chicos más demandantes con los papás", explica Fer.


Otra de las actividades que une a todos los miembros de la familia Dieguez Guzmán, es el entrenamiento físico así es que también queda garantizado el cumplimiento de esta materia en el hogar. De hecho Vicky es una apasionada de la gimnasia artística y entrena en forma permanente para no perder su estado.


Gabriel Di Chiacchio, papá de Itatí y Agustín

En los zapatos del docente

Para Gabriel, en su rol de papá que colabora con las tareas escolares, la cuarentena implica un aprendizaje y un entrenamiento familiar que debe permanecer en el tiempo. Define esta experiencia como "fabulosa", y junto a su esposa dividen las tareas según los conocimientos de cada uno. Tanto Itatí de 11 años -que cursa sexto grado-, como Agustín de 10 en quinto grado del Colegio San José, saben que a la hora de estudiar también cuentan con papá.


"A diferencia de cuando van a la escuela, los chicos se levantan un poquito más tarde, dividen el día de una manera diferente. Con mi esposa trabajamos durante la mañana, así es que en la tarde nos ponemos a ver las guías que mandan los profes un par de veces a la semana. Al comienzo le hicimos saber a los docentes que necesitábamos un feed back para saber como proceder para no confundir a los niños", cuenta Gabriel.


Lógicamente que como Contador Público Nacional se aboca más a las materias vinculadas a las ciencias exactas, mientras su esposa, Mónica Albarracín, estudiante de abogacía y empleada del Poder Judicial, está más vinculada a otro tipo de ciencias. Un buen complemento para estos tiempos de educación en casa.


"Al comienzo los chicos sufrían con las tareas porque no es lo mismo que la maestra les explique cada cosa, a ver una guía con un montón de ítems para hacer. Por citar un ejemplo el primer punto le salía, el segundo le costaba, entonces tuvieron que asimilar que para aprender, primero se debe fallar", dice Gabriel, a quien, sin duda, su experiencia como docente universitario y su vocación le facilitan la tarea.


Los abuelos, el señor Google, las docentes, todos colaboran para que Gabriel pueda enfrentar sus nuevos desafíos. "Lo que más me cuesta es lo manual, así es con mi señora debíamos ponernos a hacer las cosas con ellos, previa consulta a alguien. Descubrimos nuestras limitaciones y también nuestras capacidades. Otra cosa positiva es que los padres hemos hecho carne la labor del docente, para valorarlo realmente como debe ser porque es una tarea muy dura. Si a uno que le toca enseñarle a dos chicos que preguntan y cuestionan, ni hablar lo que debe ser estar al frente del grado. Hemos tenido que ponernos en los zapatos del maestro. Yo agradezco mucho a los docentes del Colegio San José y al padre Daniel Ríos que todo el tiempo han estado atentos y apoyándonos", asegura Di Chiacchio.


Miguel Carrizo, papá de Julieta

Experiencias y deberes para crecer juntos


Aunque Julieta vive con su mamá, corre con una ventaja: la casa de su papá está a tan solo 7 cuadras de la suya, entonces va y viene cada vez que tiene ganas o que necesita colaboración con algo de la escuela que sólo Miguel puede ayudarla. Como por ejemplo, cuestiones de Plástica y Tecnología que él domina como ningún otro. En cambio, la Matemática no son el fuerte ni del padre ni de la hija, reconoce el adulto de esta historia. "Para nosotros: dos más dos es cinco'', dice con humor y confiesa que disfrutan mucho de hacer los deberes o las guías que le envían a la chica que está cursando el 6º grado de la Escuela Santa Teresita. "A veces he podido ayudarla pero cuando es algo que no sé, recurrimos a nuestra "maestra virtual'', Google y los tutoriales, que nos explican cómo resolver eso que no podíamos''.
La distancia entre las viviendas jamás ha sido un problema en la vida de Miguel Carrizo y su hija de 11 años. Es más en la cuarentena por la amenaza del coronavirus ha sido un aliciente para poder compartir más tiempo que nunca. Ellos frecuentemente hacen las tareas escolares, no es algo inusual. Pero en los últimos meses, tuvieron más oportunidades para poder compartir otras experiencias que, a veces, se dejan de lado por falta de tiempo. "Creo que en este momento los dos hemos aportado mucho. Ella, mucho cariño. Y yo, he sacado paciencia de dónde sea. Nos hemos tenido que reinventar para aprovechar mejor el momento'', cuenta este papá que tuvo que ingeniárselas para dar un espacio en su día a sus obligaciones laborales es el Director de Formación y Empleo del Ministerio de la Producción, por lo que no dejó ni un solo día de trabajar en pandemia- y sus deberes como padre. 


"Las siestas han sido el mejor momento para encontrarnos para poder hacer juntos los trabajos de la escuela. Pero también para divertirnos y compartir otras cuestiones, hasta desafíos que ella me hace. En ese momento del día es cuando hacemos recitales de Andrés Calamaro, músico que he sabido transmitir a mi hija desde chiquita y la volví una fanática como yo. Y hasta nos animamos a probar con cuestiones de albañilería y carpintería. Juli me ayudó a hacer un bajomesada y a ponerle machimbre al techo. Me encanta que ella se anime a hacer estas cosas. Es una experiencia que no se olvida jamás'', asegura Miguel y rescata una de las tantas vivencias compartidas en el encierro por la pandemia: "si hay algo por lo que se destaca mi hija es por su corazón enorme, su sensibilidad y su necesidad de ser solidaria. Estábamos al principio de la cuarentena y hablábamos de las necesidades y la imposibilidad de muchas familias para poder acceder a lo que les hacía falta. Ella tanto insistió que juntos hicimos unas hamburguesas que habían quedado de su cumpleaños y que teníamos en el freezer. Las llevamos, con todas las precauciones, a unas familias que no tenían que comer. Fue muy bueno para todos vivir ese momento. Todos aprendimos algo. Todos crecimos''. 


 

Fotos: colaboración familias Carrizo; Sánchez; Chávez-Robledo; Di Chiacchio y Dieguez.