Motivadas por dedicarse a lo que les gusta o lo que aprendieron de la mano de un papá generoso o un familiar cercano y que después, reafirmaron, capacitándose en institutos o cursos. No importa que tengan título habilitante, lo cierto es que el mejor certificado son sus trabajos de carpintería, mecánica, herrería, albañilería, electricidad. Ellas levantan las banderas de que las mujeres pueden igual que los hombres, en todos los ámbitos. Se ganaron su lugar en el oficio, derribaron prejuicios y limitantes impuestas, conocen y seleccionan herramientas y materiales que necesitan, los clientes las prefieren porque son responsables, prolijas y detallistas. Y lo mejor todo, son orgullosas de lo que hacen.

Fabiana Sirvente / Técnica Mayor de Obras y fabricante de premoldeados

La que se salió del molde


Siempre soñó con sus 5 compañeras del secundario San José (dónde fue abanderada y obtuvo el título de Técnico Mayor de Obras) tener una empresa constructora de mujeres. Sentía que podía lograrlo porque además de la pasión que le generaba lo que aprendía en clase, su papá -también del rubro- fue el primero en enseñarle los secretos del oficio y el que le confiaba alguna que otra maquinaria para que pudiese ir probando. Pasó mucho tiempo sin que se diluyeran aquellos anhelos adolescentes, hasta que hace 2 años se convirtió en la flamante dueña -junto a su socia, Cecilia Giménez (la que es casi arquitecta)- de Disenco, una fábrica de premoldeados de concreto, donde la máquina hormigonera, el relleno de los moldes que llegan a pesar hasta 14 kilos, el traslado de las carretillas con áridos y el orden del stock están solo en manos de estas dos mujeres.


Fabiana Sirvente vive con muchísimo orgullo este presente, en el que no le sobra nada pero sí tiene muchos clientes que llegan por recomendaciones por la prolijidad y el esmero para que las terminaciones sean perfectas. Está, en definitiva, donde siempre quiso. Es más sueña que su emprendimiento pueda crecer y dar trabajo a otras mujeres. Incluso, no descarta algún día poder cerrar el círculo, siendo esas mismas trabajadoras quienes los instalen cada pieza de hormigón en los domicilios. Ese sería su nuevo sueño para seguir derribando mitos. 


Como muchas veces ocurre, el empujón para empezar en este oficio, fue una situación tan compleja y dura como el quedarse desempleada. Ella fue por dos décadas empleada de la autopartista TCA, que cerró hace 3 años. En su peor momento laboral, se abrió una puerta de esperanza: el gobierno le ofreció a los ex-empleados créditos para microemprendimientos. Ella tenía claro que no iba a ponerse un almacén como hicieron muchos. Investigó, buscó presupuestos, analizó lo que necesitaban para producir macetas pero al poco tiempo descubrió que mejor sería hacer adoquines, lozetas con un acabado simil madera y green block (que son bloques para hacer caminos en el jardín). El dinero recibido sirvió para adquirir una hormigonera grande, la máquina vibradora y buena cantidad de moldes. "Nadie nos enseñó nada, todo fue ensayo error hasta descubrir cómo hacer para desmoldar las piezas sin que se rompan, cómo secarlas, cómo no perder material. Quizás por un poco de orgullo nunca pedimos ayuda, pensábamos que estos talleres están llenos de hombres y no nos iban a dar una mano. Y pudimos. Para sorpresa de muchos, inclusive los clientes que se admiran que todo esto lo hagamos solas", dice Fabiana, quien reconoce que la labor requiere mucho esfuerzo, energía (ha logrado sacar músculo) y voluntad (para superar los dolores de espalda) pero que le da mucha alegría un trabajo en el que abunda la buena charla y las risas.



Mariú Fernández / Carpintera y música

De buena madera


En su afán por ser música -cantante o flautista-, Mariú hizo de todo con tal de tener plata para solventar esa carrera. Es que las posibilidades eran prácticamente nulas en una familia a cargo de una mamá docente (su papá falleció cuando ella tenía 7 años). Ni qué decir de comprar los instrumentos que le pedían en la Escuela de Música: imposible. Entonces ella, tomó coraje y se fue a Mendoza y a Buenos Aries para estudiar, primero técnica anestesista, después veterinaria (no lo logró) y así financiar su fascinante aspiración musical. Y, si bien el trabajo en hospitales era una buena salida laboral, no le dejaba mucho tiempo libre para seguir estudiando y creciendo entre escalas y pentagramas. Por lo que decidió volver a San Juan. En ese entonces, sin un trabajo y con muchos reclamos por parte de su madre, sólo encontraba un poco de paz en el taller de un amigo, cerca de su casa.
Justamente en ese espacio no solo empezó a mirar con cariño lo que hacían con maderas, sino que además encontró muchos amigos. "Cuando alguien preguntaba por mí y en mi casa les decían que estaba en la carpintería, de inmediato, pensaban que era carpintera y me pedían arreglos, pero yo no sabía hacer nada. Entonces la gente del taller me decía "recibí los trabajos y traélos que te vamos a enseñar y ayudar". Así fue como empezó a gustarme. Y unos años más tarde, por sugerencia de otro amigo de la familia, hice dos cursos en escuelas de capacitación laboral para poder enseñar. A esa altura, tenía tanto trabajo que nunca tuve tiempo para la docencia", dice la mujer que recuerda que sus compañeros la me miraban de reojo y no tenían buen trato. Era la única mujer de la clase. Pero el profesor veía su interés y su talento, tanto que hasta le propuso asociarse.


"Siempre he demostrado que no me achico a nada, que no le temo a las máquinas y a seguir aprendiendo, que soy exigente y que no cualquiera pueda trabajar conmigo porque los desafío a hacer más e incluso pido que se haga en un ámbito con mucha limpieza. Soy detallista y si algo no sale como me gusta, lo digo. Lo que rescato de este oficio es la posibilidad de ayudar a los que menos tienen. Si alguien necesita una cama, siempre voy a encontrar algo para restaurar. Eso sí, trabajo sola, porque es difícil que me sigan el ritmo", cuenta esta mamá de dos varones que nunca escatimó cuidados, pese a tener cada vez más clientes y más encargues de placares, mesas, bajomesadas, camas, algunos arreglos de sillas y pedidos menores, que son los que le aburren, pero los hace igual. Es que lo suyo son las grandes estructuras de madera.


Mariú, que este año saco su primer disco con canciones folclóricas "Nacida en agua de guerra", reconoce que lo que más disfruta es el lugar que se ha ganado. "Los clientes me buscan porque saben que si me dejan las llaves de la casa o los niños, no voy a tocar nada ni nadie, me tienen confianza. Aparte he logrado que muchos machistas de las madereras me tengan respeto. Han llegado a dejarme subir a una estiba de maderas para llevarme la mejor. Claro que eso me ha costado mucho trabajo y dedicación. Me lo he ganado con tesón", asegura.



Natalia Molina / Escultora, docente y metalúrgica

Con el arte de soldar en las venas


"El primer paso que di fue perder el miedo no a no poder hacerlo, sino a que me digan todos que no lo iba a poder hacer. Creo que hasta el último día de clase en los talleres de metalúrgica les costó a mis compañeros aceptar que podíamos hacer las cosas de igual a igual. El segundo paso fue descubrir muchos materiales y sus versatilidades pero también a llamar las cosas por su nombre y pedirlas así en las ferreterías ante la mirada atónita de los empleados. Ya no me discriminan ni se me ríen en la cara cuando voy a comprar, tampoco me mandan a preguntarle a un hombre como se llama lo que necesito o cuanta cantidad tengo que llevar. Ahora pido lo que quiero, con todas las de ley", dice con orgullo Natalia Molina que, una vez recibida en Artes Visuales y habiendo trabajado en esculturas para terceros, dando clases en secundarios y en la UNSJ e inclusive haciendo tallados para la Fiesta Nacional del Sol, sintió la necesidad de incursionar en la herrería como complemento de sus conocimientos y sostén de sus obras. Es por eso que por sugerencia de algunos amigos se anotó en la Escuela Obreros del Porvenir para cursar, con mucho esfuerzo, Metalmecánica, en el turno vespertino.


"Allí me encontré con docentes muy generosos con sus talentos y saberes. Recién ahí me di cuenta de lo que verdaderamente era la herrería y cuánto podía ayudarme en mis trabajos, fue descubrir un mundo nuevo, que no tiene límites", reconoce esta artista que, ni bien terminó de el cursado de un año, presentó un proyecto para calificar en un subsidio del Programa Emprendedor Cultural, con el que finalmente pudo darle forma a su soñado Moldes San Juan y así poder llegar a muchos hogares para hacer objetos de diseño pero también otros utilitarios, a partir de esculturas y de bases de hierro y otros metales.


"Pude armar mi taller. Me compre una amoladora, una soldadora, un torno, esmeriles. Eso me dio independencia y así tuve que dejar de pedir prestado o de recurrir a talleres amigos. Ahora soy yo la que trabajo para ellos y les soluciono sus problemas" explica la mujer que hace desde ventanas hasta decoraciones para piletas.


Más allá de sus darse los gustos, sus aspiraciones pasan por seguir haciendo arte, pero fundamentalmente por generar una red de pares, para que no tengan que pasar por muchas situaciones de desventaja. "Me encantaría entusiasmar a otras mujeres para enseñarles el oficio y que entre todas armemos una red para darnos contención, apoyo y para multiplicar las posibilidades laborales. Sabemos que es algo cada vez más posible", dice convencida del camino iniciado. Sin retorno, por supuesto.



Soledad Villafañe/Albañil

Con cimientos firmes


Soledad tenía entre 12 y 13 años cuando su familia decidió ampliar la casa, y ella ofició de ayudante de José Luis Villafañe, su papá, quien dedicó toda su vida a la construcción. Desde entonces, y ya con 23 años, esta inquieta joven es capaz de levantar una medianera hasta realizar cualquier trabajo de albañilería, un oficio que lleva adelante con total solvencia. Su hermana, Micaela (25) también siguió los mismos pasos, pero prefiere sólo el rol de ayudante.


"Cuando estabamos haciendo ese trabajo en mi casa, me vió un amigo de mi papá y le preguntó si queríamos participar en la construcción de una habitación. Aceptamos porque nos entusiasmaba la idea y así encaramos el primer trabajo fuera de mi casa. Recuerdo que ahí nos vió otro vecino del Barrio Marquesado 1 y también nos contrató. Luego pasamos al barrio 22 de abril y nunca dejamos de trabajar', cuenta Sole.


A la par continuó con sus estudios, terminó la escuela secundaria en el Bachillerato José Manuel Estrada, aunque reconoce que su deuda pendiente es ser Maestro Mayor de Obras. 


"Es algo que quiero hacer, no me animo por falta de tiempo pero me gustaría mucho hacer la carrera", asegura.


Como corresponde a quien ejerce seriamente un oficio, empezó desde abajo, tanto que lo primero fue sacar la tierra de las zanjas, luego aprendió a armar columnas y así cada detalle que se va convirtiendo en obra.


"Primero sólo ayudaba, preparaba el cemento y alcanzaba los ladrillos, al tiempo mi papá me enseñó a atar columnas, vigas y comencé con el armado de todo lo que es hierro. Después llegó el turno del encofrado, a sacar nivel y poner a plomo. Siempre recuerdo que un día estabamos en una obra y mi papá se fue a comprar algo para comer, pero se demoró mucho y el cemento se iba a secar. Así fue que empecé a pegar los ladrillos para no perder la mezcla. Noté que se clavaban un poco, lógicamente como primeriza, pero no lo hacía mal. Cuando llegó mi papá, por suerte no se enojó, si no que me enseñó a hacerlo bien. El pegaba y yo al lado haciendo lo mismo para que el me corrigiera. Ahí se dio cuenta que era prolija, aunque me demoraba. Yo pienso que debe quedar perfecto, es lo más importante", relata.


Sole cuenta que jamás sintió ser mal vista o discriminada por nadie, por el contrario, fue y es valorada por la gente que la conoce. "Siempre me han dicho que nunca vieron a una mujer trabajar en construcción y a eso le dan un valor. He trabajado con ingenieros y maestros mayores de obra que me alentaron, me felicitaron y me dicen que siga así", asegura.



Jadhira Balderramo/Arquitecta y electricista

Sin polos opuestos

 

Un oficio que estuvo asignado con exclusividad a los varones fue, sin duda, el de electricista, hasta que apareció una, o varias valientes que decidieron tomar la pinza ampelométrica por el mango. Tal es el caso de Jadhira Balderramo, arquitecta de profesión, y apasionada por los sistemas de electricidad, y como si fuera poco completó el cuadro de actividades dedicándose a elaborar la cerveza Casta, la más popular de Jáchal, en su propia fábrica norteña.


Su vinculación con las tareas de electricidad vienen de familia porque sus hermanos y su papá saben mucho del tema. No obstante, ella se inscribió en un curso dictado hace un par de años por Universidad Nacional de San Juan, a través de la Secretaría de Extensión Universitaria, en el que participó un número importante de mujeres. 


"Lo hice porque ayudaba mucho a mi trabajo. Es que si bien en la universidad vemos algunas temas, no tenemos práctica suficiente. Además, me interesaba saber porque es una de las ramas a las que me dedico ya que hago muchos planos de instalaciones eléctricas", dice Jhadira.


Claro que los aprendizajes no sólo los vuelca en sus planos, si no también en su casa, donde no duda en solucionar cualquier problema que surja en las instalaciones, desde lo más sencillo hasta lo más complicado, siempre siguiendo todo el protocolo de seguridad. 


"Arreglo desde los enchufes hasta el termostato del termotanque que hace unos días se rompió. No me gusta depender de nadie, apenas se rompe o falla algo, lo desarmo y me pongo manos a la obra", indica.


En la actualidad, además de ejercer su profesión de arquitecta, también dicta clases en la carrera Maestro Mayor de obras en la EPET de Jáchal, donde da materias que incluyen en su programa: construcciones metálicas, de madera, instalaciones sanitarias, entre otras.


Y estos no son los únicos moldes que rompió Jadhira, teniendo en cuenta que desde Julio del 2016 elabora y comercializa cerveza artesanal, además de tener un patio cervecero frente a la plaza departamental.


Cuenta con una producción de 120 litros por semana con 12 variedades de cerveza que se trabajan en forma alternada debido a la capacidad de almacenamiento. "Me ocupo mucho de toda la parte de gestión, ayudo en la molienda, por ahí me encargo de algunas tareas de la cocina como controlar la etapa de hervor, pero no me da más el tiempo así es que nos distribuimos las tareas con Cristian, mi pareja", indica.



Marcela Palavecino/Ingeniería y mecánica

Motor de vida


Marcela Palavecino es muy conocida en la provincia no sólo por su profesión de bioingeniero,


sino también por ser una militante del movimiento de Derechos Animales, a los que considera motores de su vida. A esto, ahora sumó una nueva veta: mecánica del automotor. 


"Desde chica me ha interesado saber cómo funcionan las cosas. Mi papá es ingeniero electromecánico y desde niña me explicaba cómo funcionaban los frenos a disco. Recuerdo jugar en el taller de herramientas y un poco simular el personaje de una serie de la época, MacGyver", indica Marcela quien realizó el curso de "Mantenimiento y cuidado básico de un vehículo", dictado por el profesor Hugo Aciar, organizado por la UNSJ, y otro intensivo en una escuela de oficios de Capital.


"Me interesó este curso porque el mantenimiento preventivo de un vehículo es muy importante, no sólo nos da seguridad sino que con ello protegemos a las y los demás. Realizamos el curso con mi mamá y muchas mujeres con las que mantenemos contacto por un grupo de whatsapp donde compartimos información muy valiosa", agrega.


A Marcela le gusta tanto la parte eléctrica como la mecánica del automotor, por eso también estudió en una escuela pública de oficio en horario nocturno con el profesor Pedro Comerio. "Era muy intensivo, casi ciento por ciento práctica, armando y desarmando de partes del vehículo todos los días, encontrando y reparando sus fallas. Aprendí muchísimo, me gradué con el puntaje máximo, todos mis compañeros eran varones. Fui muy feliz allí y representó un gran esfuerzo porque cursaba a la par la universidad", relata.


A Marcela le hubiera encantado ser ayudante en un taller, pero lamentablemente no pudo ser. "En una oportunidad, me ofrecí en uno ubicado cerca de mi casa y me dijo que no era trabajo para mujer. Yo me reí mucho, no me desanimé para nada, realmente pienso que se perdió una gran ayudante. Sé que podría haber emprendido algo respecto a este rubro pero no era mi objetivo. También me ofrecí en otro taller en mi barrio pero no se mostró muy interesado".


Respecto de la decisión de dedicarse a oficios que históricamente fueron realizados por varones, señala que "no creo que se deba en su totalidad sólo a prejuicios sino a tener intereses distintos. No tiene que ver con nuestras capacidades sino con nuestras pasiones. No niego los prejuicios o malas intenciones porque las he vivido aunque nunca me hayan detenido. Estoy orgullosa de ser ingeniera y tener conocimientos de mecánica, pero más orgullosa me siento de quienes aplican este conocimiento a cuidar y salvar vidas humanas o de otros animales", asegura.


Actualmente está dedicada a la consultoría en ingeniería, todo lo relacionado a la vinculación tecnológica e innovación basada en evidencias. Hace unos años incursionó en la robótica educativa e impresión 3D.