En este domingo leemos en comunidad el evangelio de San Juan 10, 11-18: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo pastor.

Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre”.

El buen pastor da la vida por las ovejas. Así es Jesús. Por eso lo ama el Padre: porque entrega su vida para poder recuperarla. Y la entrega libremente. El adjetivo utilizado por el evangelista para calificar al pastor no indica solamente su bondad personal, sino también y especialmente califica su misión. Jesús se presenta como el único pastor genuino, auténtico, digno de fiar. Y eso es lo importante en el momento en que habla Jesús y en el que escribe el evangelista: muchos se presentaron con la pretensión de ser los salvadores, los celotas entre otros. Pero ninguno llevaba la marca de la autenticidad, no fueron de fiar y llevaron al pueblo a la destrucción (destrucción de Jerusalén en el año 70). Jesús es el único salvador. Y está dispuesto a llevar su misión hasta el final y así lo realiza: hasta el don generoso de la propia vida. Para ello el evangelista lo contrasta con el mercenario que está más pendiente del sueldo que del bien de las ovejas. 

El evangelista piensa también en los pastores de su Iglesia. Y para ellos escribe indicando: miren al verdadero pastor e imiten su vida de total entrega. El sacerdote no es un “funcionario” de la fe o el culto. Es más bien un pastor de la Iglesia “hospital de campaña”, como gusta decir al papa Francisco. No tiene psicología de “príncipe”, sino corazón de padre y amigo. Como el Cura Brochero, amigo de todos y abierto al infinito don de la misericordia. Era pastor con “olor a oveja”.

En la última cena, Jesús realizará una de las revelaciones más consoladoras: ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Con esta revelación introdujo en la historia una nueva relación de los hombres con Dios, elevándolos a la categoría de amigos. Pero es necesario escuchar de sus labios el por qué: porque les he revelado todos los secretos que he recibido de Dios. El trato auténtico entre los amigos radica ahí. Pitágoras afirmaba: entre los amigos todo se tiene en común. Un trato interpersonal de auténtica amistad. Jesús conoce a los hombres con sus nombres propios. Recordemos que en el Oriente la imagen del Pastor está relacionada con los gobernantes, los dirigentes espirituales y los maestros que enseñaban al pueblo. Jesús introdujo una radical novedad: su gobierno y su enseñanza se imparte y se recibe en un clima de total amistad y apertura.

Además, dice El Señor que tiene otras ovejas que no son de este redil. Jesús, buen pastor, ofrece a la humanidad la posibilidad real de constituir una sola gran familia, que era el proyecto original del Dios Creador. Una gran familia en comunión interpersonal de vida con la experiencia de la felicidad. 

El relato de la torre de Babel trata de explicar la situación de enfrentamiento y división que existe entre los pueblos. El buen pastor tiene como misión de reconstruir sobre nuevo cimiento la unidad de la familia humana: esa unidad se construye en círculos cada vez más amplios pero que comienza en la familia entendida como comunidad de vida y de amor y culmina en la reconciliación de toda la humanidad y de la creación. La Iglesia tiene la misión de ser en el mundo sacramento de salvación y comunión. Es un pueblo de fe, que quiere realizar desde el amor su misión sinodal.

 

Por el Pbro. Dr. José Juan García