A simple vista, un pañuelo es un desnudo rectángulo de tela suave; pero bajo el aleteo de ese pájaro hogareño y cordial la vida construye pasadizos de historias y sueños ajados o liberados.

El primero que se me viene a cuento es el de mi madre, gorrioncillo estrujado y alerta en el bolsillo generoso de su delantal floreado. Me hubiera gustado saber cuánta brisa feliz se deslizó por sus pliegues y cuántas lágrimas lo pusieron en salvataje de crónicas cotidianas o estragos profundos. 

El pañuelo es bandera en el señorío de una zamba y testigo del esfuerzo de humildes niñas cosechadoras de la vendimia.

Fue turbio horizontes de sangre y balas en los fosos de Malvinas y desde la inundación de esos escondites un rinconcito de miel reservado para las lágrimas construidas por el acoso de la distancia de los nuestros. 

Un día aciago de nuestro pasado político vergonzante, vi llegar a mi padre enjugando lágrimas en ese refugio de tela lívida, porque el gobierno de turno lo obligaba a afilarse a su partido, bajo amenaza de echarlo de su modesto empleo de sereno de una repartición pública.

Si estrujamos un pañuelo, es posible que no veamos caer nada; pero bajo su telón de vida discurre una comedia o una tragedia protagonizada por impalpables tardecitas de otoño y madrugadas de labriegos de manos rugosas surcando con su arado venas en melgas, bajo la promesa de paz del sustento. 

En su poema “El Puente”, Mario Benedetti dice: “…vengo con las mejillas del insomnio, los pañuelos del mar y de las paces…”. Juan Gelman, en su poema “Arte Poética”: “…A este oficio me obligan los dolores ajenos, las lágrimas, los pañuelos saludadores, las promesas en medio del otoño o del fuego, los besos del encuentro, los besos del adiós…”. García Lorca nos regala en su poesía “Es verdad”: “…¿Quién me compraría a mí este cintillo que tengo y esta tristeza de hilo blanco, para hacer pañuelos?…”.

No puedo resistir al recuerdo de los últimos pañuelos que agitaban el incipiente ocaso, despidiendo el último tren (“el Cuyano”, “el Aconcagua”), que la ignominia de la ignorancia y el desdén político de la presidencia de Menem borró con saña del país, dejándonos a la intemperie de la inconexión y el abandono y condenando a pueblos o ciudades a la cruel desaparición; mientras mis ojos de joven puedo asegurar que veían caer lagrimones de las palomas inocentes de esos pañuelos, aquella tardecida final de la estación San Martín.

Todo puede pasar por los dedos testimoniales que acarician un pañuelito: las lágrimas, el jilguero que ha callado definitivamente y el perro que ha cumplido el ciclo; la voz derogada de la abuela final y el itinerario muerto del padre joven; todo tiene adentro esa humedad de lirios. Los sudores fundacionales de la madre que se retorciera flor y viera nacer al hijo, perviven en la tela generosa, traspasan fronteras y atardeceres; miran pasar al infante y al joven henchido de aventuras; para que la vida sea homenaje; le moja las manos y se las endereza hacia un encordado; la guitarra agradece esa siembra de luz mojada que cae en mágica humedad del pañuelo en la boca también maternal de la guitarra y se agrieta ante una ausencia que se avecina. Llora con voz de lágrima.

 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete