Como todos los grandes símbolos argentinos, este también comienza con Belgrano. No es de extrañarse, este prócer era un gran abogado y tenía una clara idea de lo que algunos objetos podrían llegar a representar. Se trata de un bastón completamente blanco con empuñadura y regatón de latón; no es muy suntuoso, aunque sí elegante, que hacía juego con los pantalones blancos ajustados de la época.

No está muy claro si fue un regalo de un traficante u obsequio de su padre, o lo compró en una barata. Belgrano lo entregaría como ofrenda en medio de una gran procesión a la Virgen de las Mercedes el 24 de septiembre de 1812 tras ganar su primera gran batalla en Tucumán, robándose el protagonismo del evento. Puede que esté de más aclarar que las  mujeres de esa época se volvieron locas; ya que fueron ellas las primeras en comprender la carga simbólica de este hecho. Pero ese fue sólo el puntapié inicial de las historias de bastones en Argentina. Sarmiento usaba uno hecho de una viga de la casa de Juan Manuel de Rosas; un botín de guerra. Todos los sobrevivientes de la Batalla de Caseros tenían uno. En 1868 (12 de octubre) Domingo Faustino recibía la posta del gobierno argentino de manos de su ex gran amigo: Mitre (Bartolomé). Mitre organizó para Sarmiento una ceremonia deplorable, libre de todo protocolo y civilización, con el único propósito de arruinarle el día al sanjuanino. Su otro amigo, Justo José de Urquiza, le mandó a hacer un bastón de hueso de 86,5 centímetros, con empuñadura de cristal de roca y oro cincelado, que Mitre entregó de mala gana a Sarmiento el día de la asunción tras un apretón de manos.

Hay que aclarar que los bastones presidenciales, desde entonces, pasaron a vivir en un limbo jurídico que no se ha terminado de aclarar.


El bastón es un obsequio del “pueblo argentino” al jefe del Poder Ejecutivo, se le otorga al mandatario como símbolo de confianza y poder. Le pertenecerá de por vida al presidente/a y es una propiedad de carácter privado. Es decir, no lo tiene que devolver y su poseedor puede hacer con él: ¡lo que quiera! Esto siempre fue bien entendido por su poseedor, pero no por el resto. En 1900 no había un verdadero protocolo de confección y entrega para este instrumento. Juan Domingo Perón regaló el suyo a la comunidad mapuche Curruhuinca, en San Martín de los Andes, en 1938, como reconocimiento de los derechos ancestrales de ese pueblo de Neuquén. Héctor Cámpora destinó un millón de pesos en 1973 para su creación y Jorge Rafael Videla lo hizo bendecir en 1976 antes de tenerlo en sus manos. De alguna forma el bastón parece reflejar el carácter de cada líder.


Hasta 1997 los bastones para los “generales presidentes” los confeccionaba la joyería de Uber Ricciardi, una de las firmas más prestigiosas de Buenos Aires por el módico precio de 14.000 dólares (280.000 pesos ley - $839.268 hoy) suficiente dinero para unos días de descanso familiares en Punta del Este. Así fue, que de vacaciones en las costas uruguayas, el Coronel Norberto Eduardo González confundió en la oscuridad a su nieto político (José Luis Ricciardi - 15 años) con un ladrón y lo mató con su 38 reglamentaria. La tragedia fracturó el negocio y para 1982, con el retorno de la democracia, las buenas costumbres castrenses clamaban a gritos por un nuevo orfebre amigo. La responsabilidad cayó con todo su peso sobre los hombros de Juan Carlos Pallarols, quien era la estrella del mercado de la curia. Pallarols entendía perfectamente que la capa de patriota le quedaría mejor que la estola. En un acto que lo engrandece, decidió regalar el bastón al presidente. Por estos años las donaciones al Estado eran un trámite complicado, así que Pallarols decidió vender el bastón por $1. (Ya son 12 los bastones que este gran orfebre ha vendido al Estado).

El patriota estaba determinado a quedarse con el negocio. A cambio de promoción y reconocimiento (que no es poco) el bastón al pueblo argentino no le costaría nada y todos quedamos contentos. Pero es que Pallarols, de verdad, es un gran artista y comenzó a escuchar tanto al mandatario por venir, como al pueblo; y desde entonces ha capitalizado cada idea que ha tenido. Hacer participar a la gente dando pequeños golpes al mango de plata argentum por todo del país. También coloca en el mango del bastón ideas y caprichos de los presidentes; no se ha privado de nada. Los problemas comenzaron cuando una nueva generación intentó hacerse del negocio. Las grietas fueron  tierra fértil para los culebrones y las escaramuzas en 2015. Cristina Fernández se encontró a solas unos minutos con el bastón de Macri cuando visitó el taller de Pallarols. Eso fue suficiente para una demostración mediática, que: nuestros mandatarios creen en las brujas.

Más de un millón de personas de todo el país lo habían tocado, pero fue la caricia de una presidenta saliente la que desató el infierno. Ese año se hicieron tres bastones para el presidente Macri. El primero elaborado por Pallarols que tenía las Islas Malvinas talladas en el mango y aquel embrujo maligno (según los medios). Un segundo bastón que habría sido encargado por el Santo Padre (Francisco) a Pallarols hijo (Adrián) pero esto nunca se confirmó. Un problema interno se había desatado dentro del núcleo familiar Pallarols que se terminó por enfriar cuando apareció: “El tercero”, que fue realizado por Damián Tessore, de la joyería Eloy, en un intento por quitarle el negocio histórico al viejo. Macri, tras acusar implícitamente a una presidenta de bruja, le cerró la puerta a los Pallarols. Así, él fue el primero en recibir un bastón de otro orfebre desde 1983. Por eso, en esta ceremonia de asunción, habrá más bastones que nunca, ya que Cristina es también la poseedora de tres de ellos. Dos son propios y el tercero, de Néstor Kirchner. Nuestra historia termina donde terminan los bastones: estos son recuperados y coleccionados por el museo de la Casa Rosada. El paso del tiempo y las historias a su alrededor hacen que las recuperaciones sean caras; Alfonsín fue sepultado con su bastón, su recuperación no es posible; así que hay que pedir una réplica pagando esta vez un precio encarecido por el patrimonio cultural perdido. Estas réplicas ya se pueden ver en el museo Pallarols.