Al ordenar que se negocie hasta conseguir un resultado que él mismo no supo cómo encauzar desde su propio fallo, el juez Thomas Griesa se inclinó a la hora de observar cómo estaba paralizada la situación entre la Argentina y los holdouts, por una medida casi heroica, digna de los juicios por jurado o aún de los cónclaves papales.

‘Nadie sale de la habitación hasta que no me traigan un arreglo‘, ordenó Griesa cual rey que mandó a enclaustrarse a la torre a sus consejeros. Tal como hicieron los habitantes de Viterbo en 1268, quienes tras la muerte del papa Clemente IV aguantaron tres años de reuniones cardenalicias sin tener un reemplazo y luego los encerraron ‘con llave‘ (cónclave) y los dejaron a pan y agua hasta conseguir que en días nomás se eligiera a Gregorio X, ahora Griesa va en una línea menos dura, pero parecida: ‘reunirse con el mediador Daniel Pollack de modo continuo y hasta llegar a un acuerdo‘, ordenó sin más.

Así, Griesa apuntó ayer a una solución que suena a emergencia, que algunos endilgan a la poca claridad de su fallo: cómo hacer para repartir un dólar para deudores performing y otro para los buitres. El juez pareció compadecerse por lo que podría sufrir la gente a partir de un nuevo default, aunque se mantuvo en no reponer la cautelar. Hoy, el Gobierno trata de cubrir todo con el relato de la epopeya antibuitres, mientras busca estirar los plazos bajo la premisa de que la sentencia es ‘incumplible‘ y que la Argentina no cae en default porque paga y porque, a lo sumo, pretende viajar al futuro (2015) en cuanto al cumplimiento de la sentencia. En tanto, los mercados no dejan de soñar con que, en el último minuto, aparezca la caballería y salve a la chica.