"Amigo". Opeka cuenta que a los 17 años, leyendo los Evangelios, descubrió "a Jesús", que le "convenció de sus gestos de fraternidad, el gran amigo de los pobres".

 

 

Futbolero y bonaerense. "Albañil de Dios", "Apóstol de la basura". O simplemente Pedro Opeka, el cura argentino que lucha contra la pobreza en África.

El candidato al Premio Nobel de la Paz, que recientemente visitó Argentina, tiene 70 años y 48 como misionero en Madagascar, uno de los países más pobres del mundo y donde lidera un proyecto social que ha sacado a miles de la indigencia.

Considerado como "la Madre Teresa con pantalones" o "el Soldado de Dios", Opeka es hijo de inmigrantes eslovenos e ingresó con 18 años a la Congregación de San Vicente de Paul, con la idea de ser misionero.

Conoció en 1970 Madagascar, donde permaneció dos años como misionero, y, tras ser ordenado en 1975 en Argentina como sacerdote, regresó al país africano con el pedido a Dios de "nunca traicionar la causa de los pobres".

En Madagascar trabajó primero en una zona selvática hasta que se trasladó a Antananarivo, la capital del país, y allí se topó con Akamasoa, un gigantesco vertedero de basura donde vivía la gente.

Este "albañil de Dios", como lo llaman muchos, se puso manos a la obra con la gente del lugar para dar inicio a una obra que ha logrado convertir un basurero en una ciudad para 25.000 personas con

casas dignas y que atiende anualmente a otras 35.000 en la asistencia a sus diversas necesidades.

Akamasoa se convirtió en una gran ciudad, con 17 barrios y 25 mil personas. Hay 5 guarderías, 4 escuelas, un liceo para mayores y 4 bibliotecas. En total, 10 mil los escolarizados.

Nació en San Martín, Buenos Aires, Argentina. En sus años de juventud trabajó con su padre esloveno en la industria de la construcción, leyó una y otra vez la biblia, quedó impactado con Jesús, "el amigo de los pobres", levantó una casa en Junín de los Andes para que una familia Mapuche del Sur se resguardara del frío, hasta que leyó una carta que lo motivó.

La Congregación de San Vicente de Paul invitaba en un escrito de 1648 la llegada de los primeros misioneros a Madagascar. "Me voy para allá", fue su reflexión. Y se fue.

Pedro llegó a los 22 años, con ojos celestes, tez clara, pelo rubio. Su apariencia, polarizada, fue un contrapunto cultural de impacto ante un paisaje humano uniforme de tez negra. Fueron suficientes décadas de sojuzgamiento y represión para que una comunidad africana asimilara gentilmente a un integrante de una raza asociada a su horror. Su estigma por ser un hombre blanco lo resolvió su faceta más argentina. Fútbol. Bastó una pelota, un partido para empatar las diferencias: todos corrían como él, él corría como todos, las desigualdades se zanjaban.

"A mi me da el Premio Nobel de la Paz la gente", dijo Opeka, que viajó a Argentina para presentar el libro "Rebelarse por amor", que recoge conversaciones del religioso con el escritor francés Pierre Lunel.

Opeka, que a principios de mes fue recibido en la Casa de Gobierno por el presidente Mauricio Macri, ya había sido propuesto para el Nobel de la Paz en años anteriores. La contemporaneidad de su lucha interminable lo posicionó nuevamente en este año.