El delantero levantó la mirada y vio que su compañero desde el fondo retrasaba la pierna izquierda, picó en diagonal para recorrer un 30% más de distancia que su marcador por si se daba lo que pensó, un pase por elevación a las espaldas de su contrario. La pelota voló en la trayectoria adecuada y, no obstante ese 30% de diferencia, llegó medio segundo antes, puso el hombro y desplazó al contrario a pesar de tener menor peso y ser más pequeño. Quedó solo frente al arquero pero en ángulo cerrado. Apuntó e hizo pasar el balón por el único hueco posible, entre las piernas de su adversario. Gol, grito, abrazo y partido ganado. Lo que ese jugador tuvo y tiene, porque sigue jugando y pelea su titularidad en la Selección se llama competitividad. La competitividad es una cualidad relativa, porque no depende solo de uno sino también de los demás. En el relato, fue más competitivo que el oponente, más velocidad, mejor relación peso potencia, mayor intuición automática, ese tipo de reacción que de tanto entrenamiento sale sin pensar, y mejor puntería, resultado también de quedarse horas y horas haciendo coincidir el cuero del botín con el de la bola.
Está la ventaja comparativa, que es la de haber nacido virtuoso, como Maradona o Messi. Dicen que la velocidad, por ejemplo, es algo natural, que no se aprende. Pero a esa ventaja hay que agregar la ventaja competitiva que es haber visitado muchas horas el campo de juego, haber tenido buenos técnicos, apoyo de los padres, soporte psicológico. La mezcla equilibrada de los dos conceptos no convierte a la gente en invencible, pero casi. En el mundo de la economía pasa exactamente lo mismo, uno tiene un campo que produce mucho con buenos sabores y buenos aspectos como nos ocurre con la uva, los tomates y los melones, pero a eso hay que agregarle tecnología de mercadeo, la aplicación adecuada de los recursos humanos y materiales al proceso de siembra, trabajos culturales y cosecha, empaque, cuidado de los costos, relaciones, publicidad si hiciera falta, en fin, la parte competitiva. El problema es cuando hay elementos de competitividad que no están al alcance del productor, como por ejemplo, la tasa de cambio o la tasa de interés de los créditos y la consecuencia de muchas otras cosas: la inflación. Eso depende de la macro economía que regulan los estados y en la cual no intervienen las provincias, es decir, no se puede acceder directamente a promover los cambios.
Para volver al fútbol, esas variables agrandan, achican el arco o lo dejan al mismo tamaño. Peor es cuando el arco se agranda o achica con frecuencia y sin un sentido previsible. Por ahí, cuando agrandan el arco el actor económico había calculado que debía armar la defensa y cuando se achicó, que era momento de atacar. Tener el arco grande permite hacer más goles, pero eso no sirve cuando hay que salir a un campeonato internacional en que el tamaño es igual en todas partes y, para colmo, los guardametas son cada vez más altos y ágiles y las defensas más cerradas. Tener el arco chico neutraliza las ventajas que uno pudo haber adquirido tras años de sudor y sacrificio. Tener el arco agrandado permite poner basura bajo la alfombra y dormirse en los laureles como le supo pasar a algún campeón del mundo que se comió 7 goles jugando de local.
Otro tema es la productividad. Un equipo que juntó jugadores de poco valor y obtuvo buen puntaje en el campeonato hizo una mejor relación costo-beneficio y cada gol conseguido fue más barato que el de algún contrincante que gastó una fortuna para lograr el mismo o peor resultado. Hasta puede pasar que una camiseta gane el campeonato y la franquicia termine fundida, con grandes deudas y con jugadores veteranos difíciles de vender. Hay que sacar bien las cuentas. No siempre es lo que parece y el que gana suele ganar ‘a lo Pirro‘, aquél rey de Epiro que enfrentó y derrotó a la República Romana en dos ocasiones pero a costa de tales pérdidas que finalmente fue vencido en la batalla de Benevento. Es a él que se atribuye la frase ‘otra victoria así y estamos fritos‘. Productividad consiste en aplicar prolijamente los instrumentos necesarios para modificar una materia prima tangible o intangible logrando al final del proceso, al momento de su venta, una razonable utilidad que garantice tanto el beneficio para las partes que intervinieron como la continuidad del proceso. Las tasas altas de inflación suelen hacer que la cancha y los arcos se agranden o achiquen por espasmos ocultando al mismo tiempo aciertos y errores de manera que quien acierta no sabe por qué y tampoco lo sabe el que yerra. La proximidad del final de las elecciones presidenciales ha concentrado la mirada y las afirmaciones sobre un elemento que suele ser tomado como referente de estos dos conceptos: el precio del dólar. ¿Por qué? Muy sencillo, porque esa es la medida del campo en que se juega en el comercio internacional, es la unidad que relaciona unos productos con otros mediante la palabra ‘precio‘. Pero es necesario mirar detalladamente todos los aspectos que influyen en los conceptos tratados: competitividad y productividad. Si los jugadores no hacen una mínima cantidad de segundos para correr los 100 metros o no saben saltar a cabecear a cierta altura o los arqueros no salen a cortar centros en el borde del área o no tiene fibra y templanza suficiente para superar los avatares de un partido no se ganará. Por otra parte, si el equipo necesita 40 jugadores en vez de 20, no habrá manera de evitar que el club se funda. La tasa de cambio, el precio del dólar como se la conoce popularmente, puede confundirse con el principio de competitividad y es más grave cuando ni se habla de productividad, muchas personas hacen la tarea de una y todas pretenden ganar bien. No se puede olvidar que, cuando se sale de las fronteras, el tamaño del predio y del arco son iguales para todos y es necesario jugar haciendo el mismo esfuerzo que los demás aplicando el capital correcto a los bienes que Dios nos dio para venderlos con ganancia y continuidad en ese gran estadio que es el mundo. Solo así se puede aspirar a ganar.
Con el deporte se entiende mejor

