Lucía no se quiere ir de Ushuaia, donde vive sola con su hijo de 14 años. “Es un lugar seguro” dice, sin pensar en lo que le ocurrió como marinera de la Armada, en la Base Naval. En el 2013, su vida cambió para siempre. Empezó a trabajar con ella un suboficial, casado y con hijos que tenía el doble de su edad. Lo primero que hizo fue averiguar que Lucía vivía sola, no tenía pareja y era sostén de hogar.

Entonces, empezó a hacerle propuestas de tipo sexual. “Si vos estás conmigo, podrías estar muy bien dentro de la Armada”, le decía, mientras hacía observaciones sobre su cuerpo. “Aparecía cuando yo estaba sola, limpiando, y me decía que le gustaban mi cola y mis senos. Yo trataba de esquivarlo, le tenía miedo”, recordó Lucía en una nota al canal Todo Noticias (TN).


Una noche, la llamó y le dijo que tenía que ir la base porque se había perdido una llave, la amenazó con sancionarla si no lo hacía. La pasó a buscar en auto, y le propuso tener relaciones sexuales en un descampado. Ella se bajó y logró salvarse. Ante la negativa de Lucía, el hombre empezó a cargarla con tareas pesadas como participar en excavaciones arqueológicas con una mano lesionada, lo que le provocó la necesidad de una operación. Ella no protestaba. Su hijo tenía una enfermedad crónica y precisaba la obra social. Además, vivía en una casa de un barrio naval. Toda su existencia dependía de la Marina.

En la Oficina de Políticas de Género de la Armada no la ayudaron. Una abogada que estaba embarazada le preguntó, mientras ella lloraba desconsoladamente, si había hecho algo “para provocar”. “¿Vos lo sedujiste? ¿Cómo estabas vestida? Porque tenés pechos muy grandes ...”

El suboficial le denegó una licencia anual. Lo hizo de manera de poder quedarse con ella a solas, mientras el resto de los empleados estaba de vacaciones. Aprovechando la situación, la mandó a buscar a un depósito algo que ella no encontró. Con la excusa de ayudarla, entró y trabó la puerta. Entonces, se abalanzó sobre ella. “Me arrinconó contra una pared, me agarró fuerte, me manoseó, me dejó moretones, me dijo que lo tenía loco. Yo le pedía por favor que parara”, se quiebra Lucía.


Lo primero que hizo fue recurrir a un superior, un teniente. “Me contestó que no había nada que hacer, que él era suboficial y yo marinera, y que mi palabra no tenía valor”, sostiene. Cuando su jefe fue trasladado a otro destino, Lucía pensó que había terminado todo, pero no fue así. Le había dejado una foja de mal concepto que motivó que a fin de año le dieran la baja de la armada, y tuviera que recurrir a un amparo para que la reincorporaran, como civil. Cuando volvió a la base, vio que su acosador también había regresado, y con él la pesadilla. “¿Ahora vas a hacerte la difícil de nuevo? Porque puedo hacerte despedir otra vez”, le advirtió.

“En la Armada, si sos mujer, estás atada de pies y manos, y más aún si no tenés jerarquía”, le dijeron


Concretar esa denuncia tampoco había sido fácil. En la comisaría, quisieron convencerla de hacer solamente una exposición civil “porque una denuncia penal es mucho trabajo, hay que llamar gente a declarar”. Solo en la fiscalía la alentaron a seguir adelante con su determinación de conseguir justicia, y aún así, tuvo que reclamarle al fiscal, a quien encontró en un seminario, que le prestara mayor atención a su caso.