Hoy se cumplen 35 años del secuestro de un grupo de estudiantes secundarios en la ciudad bonaerense de La Plata, arrancados de sus casas en un operativo militar conocido como “La Noche de los Lápices”, y cuyos responsables son juzgados desde el lunes pasado por crímenes de lesa humanidad.

Aunque la persecución, el secuestro y la desaparición de estudiantes no tuvo sus primeras víctimas ese día, entre la noche del 15 y el 16 de setiembre de 1976 se produjo el secuestro de la mayor cantidad de jóvenes, por lo que se estableció la fecha para recordar los hechos.

Esa madrugada fueron secuestrados diez alumnos de la Escuela Normal Nº3 de La Plata, que tenían entre 14 y 18 años y militaban en la peronista Unión de Estudiantes Secundarios. Un grupo de tareas del Batallón 601 del Servicio de Inteligencia del Ejército y de la Policía de la provincia de Buenos Aires los secuestró de sus domicilios.

Los jóvenes militaban en defensa de los derechos estudiantiles y habían participado de una protesta para restablecer el boleto estudiantil. Para justificar el operativo del que estuvo a cargo, el titular de la bonaerense, Ramón Camps, adujo que se realizó “por el accionar subversivo en las escuelas”.

Seis de los diez secuestrados continúan desaparecidos: Daniel Racero, Horacio Ungaro, Francisco López Muntaner, María Falcone, Claudio De Acha y María Ciocchini. Los cuatro restantes -Emilce Moler, Pablo Díaz, Gustavo Calotti y Patricia Miranda- sobrevivieron a las torturas y vejaciones.

Ellos reconocieron que estuvieron en los centros clandestinos de detención de Arana, Pozo de Banfield y Pozo de Quilmes, entre otros. Según el historiador Norberto Galasso, con el tiempo la apreciación sobre “La Noche de los Lápices”, “dejó de interpretarse como el producto de chicos inocentes que reclamaban un boleto”. “Se empezó a señalar que formaban parte de un movimiento revolucionario y que esa lucha estaba integrada a una concepción de cuestionamiento a la dependencia instalada por la dictadura”, dijo a la agencia de noticias Télam.

El historiador consideró que los estudiantes “eran rebeldes e idealistas. Estaban perfectamente catalogados por los servicios de inteligencia” de la dictadura militar.

En tanto, el historiador Mario “Pacho” O‘Donell señaló que “la represión de la dictadura contó con asesoramiento en ‘aterrorizar‘ con el solo fin de paralizar a sectores amplios de la población. Era como para demostrar que nadie estaba exento de sufrir las consecuencias”.

En el centro de detención de Arana, la desaparecida Falcone había sido salvajemente torturada y vejada. Cuando tuvo la convicción de que no llegaría a los 17 años, le dijo a su compañero Pablo Díaz: “Cada 31 de diciembre levantá la copa por mí”. Pablo, una de las emblemáticas víctimas, dijo: “En Banfield ellos me gritaban que no los olvide. Como sobreviviente, yo respondo a eso”.

Gustavo Calottti, otro sobreviviente, contó que mientras estuvo secuestrado y quería parase “debía hacerlo en varias etapas, lentamente, porque me desmayaba. Se me nublaba la vista. Dormía 16 o 18 horas por día”.

En una reunión con familiares del desaparecido Ungaro, el represor Roberto Grillo -actualmente jubilado por incapacidad psiquiátrica- les dijo: “Los tuve que quemar, hacer cenizas, pero no los maté, ya estaban muertos. Después no pude volver a comer carne nunca más”.