La playa, ese espacio que para la mayoría de las personas está asociado al ocio, al descanso, al divertimento, para Daniel Iturralde representa desde hace 44 años su lugar de trabajo donde ‘la libertad y el sacrificio‘ van de la mano para el vendedor ambulante que pretenda vivir de esa actividad.
‘El vendedor ambulante no tiene un ingreso diario asegurado, un día puede sacar mil pesos, al día siguiente 150 y el tercero nada. Entonces, cuando recién podés hacer un promedio cuando termina la temporada, antes no‘, cuenta a Télam este hombre de ojos verdes y piel curtida por el Sol.

Daniel comenzó a vender en las playas de Mar del Plata cuando tenía 12 años: ‘Mi viejo tenía la concesión de la venta de helados en Playa Grande. Él recorría la playa y mi mamá, mis tres hermanas y yo estábamos en puestos fijos‘, recuerda Daniel.
Pero el niño de 12 años se quiso independizar y agarró la mochila. ‘Me acuerdo que era muy pesada y yo era muy flaquito y mi familia me decía que no iba a poder. Pero pude y aquí estoy, haciendo lo mismo 44 años después‘.

Capaz de hacer una radiografía del visitante de la playa desde los años 60 hasta hoy, el hombre detalla que cuando comenzó ‘la gente no llevaba nada a la playa, sólo dinero y el hombre el diario; bajar comida o bebida estaba como mal visto‘.

De aquellas épocas, recuerda el clericó como aperitivo obligado antes del almuerzo, una playa libre donde no había divisiones entre las carpas y el sector público y el alto consumo de comidas, bebidas, café y cuanto artículo se vendiera. Eran tiempos donde la caminata bajo el sol dejaba buenos ingresos.

‘Imaginate cómo sería el consumo que nosotros teníamos clientes fiados que uno o dos días antes de irse nos pedían que les preparemos la cuenta y nos pagaban con cheques‘, evoca.
Hacia 1985 se dictó una ordenanza que dispuso que los vendedores ambulantes no podían realizar su actividad en el espacio de las carpas y que debían limitarse a la playa pública. Otros actores entrarían a escena.

‘A partir de ahí nuestro laburo comenzó a mermar, y también empezó a suceder que la gente comenzó a bajar comida y bebida a la playa. Por eso ahora lo que más se vende son los panchos y el helado porque son productos que no los podés llevar, como el choclo, que se puso de moda hará menos de diez años porque antes no existía‘, dijo.

De los productos tradicionales que se vendían en la playa el que pasó a la categoría de ‘extinguido‘ es ‘el barquillo‘, una masa de cucurucho pero con forma de galletita, cuyo vendedor llevaba una especie de ruleta que, según lo que indicara, era la cantidad de unidades que le correspondía al comprador, generalmente niños.
La venta en la playa no es una actividad libre sino que existen concesiones que pagan un canon a la municipalidad.

‘Cada concesionario puede tener uno o varios rubros y, a la vez, éstos muchas veces subalquilan los rubros y otra persona lo explota. El vendedor ambulante trabaja para estos concesionarios, en general a comisión según la venta‘, detalla.

Luego de haber pasado por distintos rubros (helados, panchos y gaseosa), Daniel actualmente vende artículos de playa porque ‘uno carga un par de productos y no tiene tanto peso, con los años va siendo cada vez más difícil caminar la playa… esos días de calor, vestido y con el peso de los productos‘.

No obstante, no ha pensado en retirarse: ‘Yo pienso que si dejo de trabajar me volvería loco un día de sol en el verano pensando todo lo que hubiera vendido‘.

Y tampoco en cambiar de oficio: ‘yo nací en la playa, me encanta este trabajo porque no tenés patrón, nadie te da órdenes, aunque para poder vivir de esto hay que ser muy responsable y requiere mucho sacrificio’.