La llegada del papa Francisco al Vaticano implicó el inicio de una lucha contra la corrupción interna en la Iglesia. No le resulta tarea fácil, pero para Jorge Bergoglio, esa gesta continuará sin detenerse hasta erradicar o llevar presos a los corruptos, sean obispos, sacerdotes o laicos. De hecho, hay dos prelados, entre ellos un miembro de la Fraternidad de la Santa Cruz, del Opus Dei, mons. Lucio Vallejo Balda, y mons. NunzioScarano, que están presos y sometidos a juicio penal. Uno de ellos, acusado de repatriar desde Suiza a Italia, 20 millones de euros.

Otro caso que saltó en febrero fue el caso del cura argentino Patrizio Benvenuti que trabajó en el Vaticano y luego en el norte de Italia, quien se quedó con 30 millones de euros de limosnas que le habían entregado personas de varias partes del mundo para algunas obras de ‘beneficencia”. Esas personas de buena fe fueron estafadas sin escrúpulos. Desde mayo de 2013, dos meses después de iniciar Francisco su pontificado, se cerraron 4.164 cuentas del Instituto para las Obras de la Religión, más conocido como Banco Vaticano.

El motivo: eran cuentas con fondos de dudoso origen, muchas de ellas, abiertas para lavar dinero. Lo dicho por Francisco en sus homilías es una muestra clara de lo que él pretende para la Iglesia. El 20 de noviembre del año pasado afirmaba que ‘Jesús echa del Templo a quienes hacían negocios, los mercaderes del Templo, pero los jefes de los sacerdotes y de los escribanos estaban relacionados con ellos: existía el ‘santo soborno”. ‘Donde está Jesús no hay lugar para la corrupción”.

Pero lo que es una reflexión extraordinaria es la que presentó el 23 de octubre de 2014 a la Delegación de la Asociación Internacional de Derecho Penal. Allí explicitó este argumento, señalando que: ‘Cuando la situación personal del corrupto llega a ser complicada, él conoce todas las salidas para escapar de ello. El corrupto atraviesa la vida con los atajos del oportunismo, con el aire de quien dice: ‘No he sido yo”, llegando a interiorizar su máscara de hombre honesto. El corrupto no puede aceptar la crítica, descalifica a quien lo hace, trata de disminuir cualquier autoridad moral que pueda ponerlo en tela de juicio, no valora a los demás y ataca con el insulto a quien piensa de modo diverso.

Si las relaciones de fuerza lo permiten, persigue a quien lo contradiga. El corrupto se cree un vencedor. En ese ambiente se pavonea para rebajar a los demás. El corrupto no conoce la fraternidad o la amistad, sino la complicidad y la enemistad. El corrupto no percibe su corrupción. Se da en cierto sentido lo que sucede con el mal aliento: difícilmente quien lo tiene se da cuenta de ello; son los demás quienes se dan cuenta y se lo deben decir. Por tal motivo difícilmente el corrupto podrá salir de su estado por remordimiento interior de la conciencia.

La corrupción es un mal más grande que el pecado. Más que perdonado, este mal debe ser curado. La corrupción es la victoria de las apariencias sobre la realidad y de la desfachatez impúdica sobre la discreción respetable”.

Lo sucedido en la Iglesia en San Juan ha convulsionado no sólo a la feligresía sino a la mayoría de los ciudadanos, incluso a nivel nacional. La falta de transparencia en la administración de los bienes eclesiásticos es una grave deficiencia. Esos bienes no son privados, ni tampoco se deben gestionar como si la Iglesia fuera una empresa. Ese es un error conceptual. Antes de irse, Mons. Italo S. Di Stéfano dejó al Arzobispado de San Juan, 600.000 dólares, entre otros, para la construcción de la Capilla del Seminario y que sería dedicada a Ntra Sra de Guadalupe. Esa Capilla nunca se hizo, y el destino de esos fondos se desconoce. Di Stéfano también dejó como activo 1.166.148, 40 U$S, más el dinero de otras cuentas bancarias.

Actualmente, lo de las limosnas desaparecidas, forma parte de una serie de actos oscuros y bochornosos. En 2006, un empresario sanjuanino donó al Colegio ‘Medalla Milagrosa” un terreno de 7.277 m2 en calle Hipólito Yrigoyen 1131 con el fin de construir allí un Polideportivo para esa institución educativa. Desde el Arzobispado, en un informe escrito, fechado en junio de 2014, firmado por el arzobispo y el ecónomo Juan Brozina, se dice que la idea de construir allí no prosperó. Pero en otro escrito, de la directora de esa institución, en octubre de 2014 comunica que los padres de ese colegio en sus distintos niveles organizaron beneficios para pagar a un grupo de arquitectas el proyecto del Campo de Deportes. Hasta incluso, organizaron un té en los salones del Hotel Provincial para obtener fondos.

El Arzobispado decidió vender ese terreno en 470.000 pesos. ¿Dónde fue a parar ese dinero? Sólo algunos lo sabrán, excepto los padres de los alumnos, los directivos de esa escuela, y la comunidad católica. No es dinero privado que se hace con él lo que el capricho o el antojo mandan. Es de la Iglesia. Como en el punto 5 del Informe de venta firmado por el Obispo y el contador se argumentaba desde la Curia, que la venta había sido autorizada con el aval de ocho sacerdotes, el 30 de septiembre de 2014, cuatro sacerdotes, cuyos nombres aparecían en ese escrito, firmaron un documento en el que dejan constancia que ellos no dieron consentimiento expreso alguno para que se realizara la venta de aquel terreno.

Al final escriben: ‘ante la sensibilidad ocasionada por este hecho en el Clero, y debido a que el obispo no se pronuncia acerca de la renovación del Colegio de Consultores, pedimos que en cualquier tipo de operación futura respecto al fin de los bienes inmuebles de la Arquidiócesis, se respeten los cánones correspondientes del Derecho Canónico (canon 1277), que regulan estos procedimientos”. ¿Por qué se puso por escrito que estos sacerdotes dieron el aval para esa venta, cuando en verdad eso es ajeno a la verdad? Además de vergonzoso, esto es gravemente escandaloso. Las declaraciones del contador del arzobispado darían que pensar. Los nombramientos de canciller y vicecanciller pocos días atrás son de dos sacerdotes que pertenecen a la Fraternidad de la Santa Cruz, del Opus Dei.

Ante la corrupción, tal como lo pide el Papa, la Justicia no debe permitir la impunidad. Además, no se debe olvidar el mensaje que el pontífice dejó resonando en noviembre del año pasado cuando visitó Nápoles: ‘La corrupción apesta”, en cualquier sector de la comunidad.