Moles amarillas con techos de tejas, al costado de la vía. Sólo la ropa colgada en las sogas da señales de vida en el lugar. Cada tanto, un perro ladra desde el fondo de estos caserones que tienen más de 60 años. Un hombre se aposta en el andén con la mirada perdida en el cerro Villicum. Hace seis años que esas vías no sienten el peso de un vagón cargado de cal. Pero en la gente que vive en el lugar está latente la sensación de volver a ver el tren estremeciendo las entrañas de la tierra.
Ese es el aire que se respira en las zonas aledañas a la ex Estación del Ferrocarril Manuel Belgrano Las Lomitas, que está en Albardón. Un lugar en el que todavía vive gente que trabajó en los trenes. Unas 7 familias ocupan las casas que Ferrocarriles Argentinos mandó a construir para sus empleados, en la década del "40. Esta estación fue una de las más importantes de la provincia porque allí se hacían los cargamentos de cal, piedra y vinos, para llevar a Buenos Aires.
El tren le dio la vida al lugar. Pero también se la llevó con el último vagón que surcó sus vías. "Las cosas ya no son como antes. La gente sale a la calle para lo justo y necesario. A veces evitan mirar las vías. Muchos ferroviarios se murieron, otros se enfermaron y algunos se fueron después de que la estación cerró", dice Deolinda Fuentes, esposa de Angel Chávez, que fue el jefe de la estación hasta que la mandaron a cerrar en el año 2000. Ahora, las oficinas de la estación están clausuradas, pero Angel las mantiene como si en cualquier momento tuviese que llenar otra planilla de llegada o partida de un tren.
"Nunca me di cuenta de cuál fue el último tren. Empezaron a llegar con menos frecuencia… cada una semana, cada un mes… Una mañana me desperté, me paré en el andén y esperé, pero no pasó nada. Así estoy desde hace 6 años", dice Angel.
La estación está intacta. Las vías también. Como perros celosos, los que todavía están allí, cuidan el lugar. "Da la impresión que si algo se rompe, entonces el tren no vuelve más", dice Deolinda.
A veces, la nostalgia se les mezcla con la incertidumbre. Las casas no están a su nombre y dicen que viven de "prestado". Esto es a pesar de las gestiones que vienen haciendo desde hace tiempo. "Dicen que no nos van a correr. Pero uno nunca sabe. Es difícil pensar que hace décadas que estamos acá y que de un día para el otro el lugar se puede convertir en un pueblo fantasma, como pasó con Talacasto", dice Angel.