Fernando Almeida, de 13 años, estaba internado en el Hospital Pediátrico "Juan Pablo II" de la capital correntina, esperando un destino que parecía inevitable. Los médicos le habían notificado a su familia que su única posibilidad de sobrevivir a la miocardiopatía dilatada por influenza B que se le había diagnosticado, era un trasplante cardíaco. Pero su condición física y su situación socio-familiar fueron factores determinantes para que se lo excluyera de la lista de espera para un corazón en el hospital Garrahan.

El chico volvió a Corrientes donde permaneció internado en la terapia intensiva del mismo nosocomio en el que le habían diagnosticado su patología. En los primeros minutos del lunes su corazoncito dejó de latir.

Según cuenta Ámbito Financiero, hacía varios días que al chico "no se le practicaba ninguna terapéutica específica y tan sólo se trató de darle la mejor calidad de vida hasta el último instante".

Incluso hubo quienes propusieron que el adolescente regresara a su pueblo natal, Gobernador Virasoro, en el norte de la provincia, para compartir junto a sus familiares el último tramo de su vida. Pero las autoridades sanitarias no autorizaron el traslado.

"La semana pasada fue visitado por sus hermanos y pedía irse a su pueblo, pero desde el Ministerio de Salud no le permitieron irse bajo el pretexto de que aquí estaría mejor; su papá se había vuelto a Virasoro a terminarle la pieza porque tenía esperanzas de que estuviera mejor y se recuperara", relató una fuente hospitalaria.

Las posibilidades de sobrevida del joven eran prácticamente nulas sin ese trasplante. Pero ninguno de los profesionales consultados pudo negar que un nuevo corazón le hubiera otorgado -aunque sea mínima- una oportunidad de supervivencia. Y si esa chance existía ¿por qué no se hizo el intento?