El Gobierno nacional llega a los comicios legislativos, casi por definición, debajo de la marca de 54 por ciento obtenida por la presidenta Cristina Fernández en 2011. Sin embargo, es poco probable que esté más abajo de lo que realmente renueva y que son los legisladores votados en 2009. Ese año, a nivel nacional, obtuvo 31 por ciento de los votos y en la provincia de Buenos Aires llegó a 30 por ciento con Néstor Kirchner como primer candidato a diputado nacional. Paradójicamente, se podría dar una lectura en la que el Gobierno pierda en esta oportunidad la elección en la provincia de Buenos Aires, sufra un resultado muchísimo peor que en 2011 pero, en cambio, gane diputados y su bloque se expanda. Por lo tanto, no habrá un escenario de catástrofe ni de ingobernabilidad para el kirchnerismo sino uno parecido y hasta un poco mejor, que en 2009. Ante ese panorama, si quiere surgir con chances a futuro, la oposición no debe repetir los errores del pasado.
En política hay un problema muy serio y es el de las expectativas. Cuáles son las expectativas que cada uno proyecta y luego puede cumplir. Es lo que hizo la oposición en 2009 y no pudo cumplir, ya que, prácticamente, no tuvo proyectos comunes. En esta oportunidad, esa situación se resolvería de forma muy sencilla con tres o cuatro puntos en los cuales todo el arco político pudiese, al menos en la Cámara de Diputados, sancionar determinadas leyes que vayan en sintonía con, por ejemplo, dar vuelta algunas cuestiones vinculadas a la llamada reforma judicial. Ese sería un ejemplo de acción concertada en un tema en el cual la oposición evidenció en este último tiempo cierta coincidencia, porque hasta analizó la posibilidad de conformar una lista única de candidatos al Consejo de la Magistratura.
El problema que va a seguir teniendo, aun en el caso de una victoria, es que seguirá sin tener influencia en el Senado, por lo tanto es fundamental que no genere expectativas de que al día siguiente de la elección la Argentina va a cambiar, porque no va a ocurrir.
Las mayorías en el Congreso, en el mejor de los casos para la oposición, sólo van a sufrir cambios marginales y eso no va a ocurrir en el Senado. Por su parte, el intendente de Tigre, Sergio Massa, despertó una expectativa notable en la provincia de Buenos Aires, donde arrancó con 35 por ciento de intención de voto, sin decir absolutamente nada. Hay mucha gente jugada con él, no sólo desde el punto de vista político, sino también económico. Muchos grupos de interés, empresarios, algunos sindicalistas que trabajan para que se dé una renovación adentro del peronismo. Si Massa fracasa se asistiría al fortalecimiento de los sectores más radicalizados del Gobierno, fundamentalmente los vinculados a la juventud, a La Cámpora, al kirchnerismo puro. Inclusive, para su situación personal, una derrota significaría un retroceso porque es probable que ni siquiera pueda aspirar ser gobernador bonaerense en 2015. Pero no sólo está en juego el futuro político de Massa y el del Gobierno, porque si el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde hace una mala elección, el gobernador Daniel Scioli tendrá que pensarse muy debilitado en sus aspiraciones a futuro. Y Francisco de Narváez, si llega a salir tercero o cuarto en los comicios, será un hombre más vinculado al pasado que al futuro.
(*) Alberto Föhrig es politólogo y docente de la Universidad de San Andrés.