El cielo, la cordillera y los álamos, se convierten en una trilogía perfecta para que el paisaje de Villa Nueva sea uno de los más impactantes de Calingasta. Pero los extensos bosques de álamos no sólo son decorativos. Son una especie de oro verde, ya que el pueblo vive de ellos. Desde mediados del 2000, el negocio de la madera empezó a repuntar. El lugar está a 40 kilómetros de la villa cabecera, en la intersección de las rutas 412 y 406.
Son cerca de 200 las hectáreas de plantación de álamos. Esto convirtió al lugar en uno de los principales proveedores de madera para elaborar productos que se usan como envases en la agroindustria. Muchos de los pobladores que hoy se dedican a los álamos antes trabajaban en las minas. Es que a unos 40 kilómetros de este pueblo, se encuentran Castaño Nuevo y Viejo, minas metalíferas que fueron explotadas entre 1950 y 1965.
Los pobladores de Villa Nueva pasaron tiempos difíciles cuando cerraron las minas. La historia volvió a repetirse a fines de los ’90, cuando el precio de la madera se fue por el suelo. Pero a mediados del 2000 empezaron a sentir una ráfaga de aire fresco. "Hace unos años teníamos problemas para trabajar. El aserradero paraba a los empleados porque la madera no valía nada. Había mucha inestabilidad. Pero ahora la cosa está mejor", dice Jesús Bedia, encargado del único aserradero que está funcionando en el lugar. Hay dos más que pararon con la crisis y no volvieron a reactivarse.
El repunte se nota porque el precio de la madera en pie en todo Cuyo se triplicó. "La madera de álamo es especial para esto. Tiene muchas ventajas. Es livianita, el color bien blanco hace que los cajones parezcan más limpios y es ideal para el clima seco de San Juan", agregó.
Villa Nueva reúne todas las condiciones climáticas (además de la sanidad del suelo) para que esta especie de árbol se dé sin problemas. Según Cortez, en la zona hay álamos a los que desde hace 40 años se les viene haciendo cortes.
A pesar de la belleza del paisaje, el pueblo no es explotado turísticamente. No hay casas de fin de semana y quedó olvidado desde que el camino de El Puntudo dejó de usarse. De todos modos, los lugareños dicen que no les falta nada, que hay trabajo de sobra en la tierra o con los álamos y que no necesitan del turismo para sobrevivir.

