Por Pablo Rojas / Diario de Cuyo

Hace unas semanas, en el periódico británico The Guardian, fue publicada la noticia de que un grupo de investigadores del proyecto Breakthrough Listen halló una señal de radio proveniente de la estrella Próxima Centauri. Posteriormente, el análisis de los datos (obtenidos durante 2019) dio como presunta fuente al mismísimo Próxima b, el exoplaneta que orbita la estrella y que en su momento fuera llamado el “gemelo” de la Tierra, como tantos otros.

BLC1, una señal prometedora pero no tanto

La señal de radio detectada dura aproximadamente tres horas, no está modulada y tiene una frecuencia de 982megahertz. Según Andrew Siemion, de la Universidad de California, Berkeley, “BLC1 es, para todos los efectos, sólo un tono, sólo una nota”, lejos (al menos desde el punto de vista humano) de lo que cabría esperar de una señal codificada, de una especie de mensaje, de una emisión que transmite información de algún tipo entre o hacia civilizaciones extraterrestres. Cabe recordar aquí el famoso Mensaje de Arecibo, concebido por el propio Carl Sagan y su equipo como una demostración tecnológica: un mensaje de radio emitido por el Radiotelescopio de Arecibo (recientemente fuera de servicio por severos daños estructurales) y codificado teniendo en cuenta un patrón de números primos; patrón que, se supone, no debería encontrarse en señales de radio de origen natural.
BLC1 no tiene siquiera un patrón repetitivo, pero lo que la hace particularmente llamativa es su origen.

De dónde se cree que provino

La estrella más cercana al Sol, Próxima Centauri, una enana roja de aproximadamente un octavo de la masa solar y 40 veces más densa, se halla a 4,2 años luz de distancia. Con las naves actuales se tardaría, aproximadamente, 60.000 años en llegar hasta ella, atravesando los casi cuarenta billones de kilómetros de espacio interestelar que nos separan. La luz, sin embargo, y también las ondas de radio que viajan a la misma velocidad, tarda aproximadamente 4,2 años en llegar desde allá, por lo que la señal detectada debería haber salido de la fuente en algún momento entre los años 2015 y 2016. 
 

Se cree que Próxima Centauri forma parte de un sistema estelar triple (esto es, tres estrellas orbitando entre sí) llamado Alfa Centauri, en la constelación, justamente, del Centauro. Hace algunos años Próxima Centauri fue noticia por haberse descubierto un exoplaneta orbitándola, bautizado Próxima Centauri b, o simplemente Próxima b. Curiosamente este planeta tiene un diámetro y una masa similares a los de la Tierra. Fue descubierto en 2016 y se cree, dadas sus características orbitales, que se halla en lo que se conoce como zona habitable, una región ni muy alejada ni muy cercana a las estrellas donde sería posible, según se calcula, hallar agua en estado líquido en las superficies de planetas rocosos.Naturalmente, la Tierra se halla dentro de la zona habitable del Sol, al igual que Próxima b lo está de Próxima Centauri; de ahí la relevancia de su hallazgo, además de su cercanía.

De 2016 hasta hoy, qué se sabe de Próxima b

Las investigaciones sobre Próxima b sugieren que tan gemelo de la Tierra no es. Ni siquiera sería mellizo. Quizás, eso sí, un primo lejano: se sabe que Próxima b tiene un periodo orbital de sólo 11 días (compárelos con los 365,25 de la Tierra) y rota sobre su eje en idéntico tiempo gracias a su órbita sincrónica (como la Luna, que tarda lo mismo en rotar sobre sí misma que en orbitar la Tierra), por lo que un hemisferio del exoplaneta permanecería siempre iluminado, de cara a Próxima Centauri, y el otro siempre a oscuras, de cara al basto cosmos. Un día en Próxima b dura, por lo tanto, lo mismo que un año: 11 días.

El exoplaneta tiene 1,25 veces la masa de nuestro mundo y su excentricidad orbital alrededor de Próxima Centauri haría que en algunos puntos se acercara demasiado a la estrella y, en otros, se alejara fuera de la zona habitable. Pero además de esto, Próxima Centauri no es una estrella relativamente tranquila como nuestro Sol; es, más bien, una versión impredecible, con periodos aleatorios de intensa luminosidad producidos por su actividad magnética. La cantidad de rayos X emitida por esta estrella en esos resplandores, a pesar de su menor masa y diámetro, es equivalente a la del Sol. Esto hace que las condiciones de habitabilidad del exoplaneta Próxima b sean, a pesar de sus similitudes físicas con la Tierra, lejanas, quizás hasta imposibles. Además, no se sabe con certeza si posee atmósfera, y, por tanto, se ignora si, como nuestro planeta, tiene algún tipo de protección contra la radiación estelar, como nuestra capa de ozono.

Próxima b se hallaría en un ambiente hostil para la vida tal y como la conocemos, pero dada su cercanía sería un destino probable para las futuras misiones interestelares. (Imagen ilustrativa, crédito ESO)

Y, sin embargo, a pesar de tener estos puntos en contra (o quizás gracias a ellos), a pesar de la excentricidad de su órbita, de la sincronicidad de su rotación, de la cercanía a su impredecible, magnética y hostil estrella hospedadora, desde el planeta Próxima b es que nos llega esta señal de radio. No desde su estrella, no de alguna de las otras que componen el sistema triple; no, llega, según se desprende de los análisis, desde el planeta.

¿Y entonces?

Entonces, ya casi decantado totalmente el asunto hacia una casi improbable forma de vida en este dificilísimo ambiente, este fenómeno radioeléctrico abre una disyuntiva, aunque sea una inocente y crédula disyuntiva: siendo, como parece ser según los filtros SETI, una señal de origen extraterrestre,¿será acaso BLC1 una señal artificial, una prueba de vida más allá de nuestro planeta y, encima, justamente de la estrella más cercana, a la que nos costaría menos (tiempo, dinero, tecnología) llegar? ¿O será un proceso natural, un evento astrofísico desconocido, o al menos una manifestación desconocida de algún evento ya estudiado?

Cualquiera de las respuestas abre horizontes para nuevas investigaciones, y nos invita a releer todo lo relacionado con SETI, con la búsqueda de exoplanetas, con las otras señales (extraterrestres o no, como la señal Wow!) que hemos detectado en estos poco más de 50 tímidos años que llevamos auscultando el cielo. Cualquiera sea el origen y la naturaleza de esta señal de radio nos empuja a rememorar a Carl Sagan, a Frank Drake y su ecuación; nos hace revivir las tardes de inmenso y profundo vacío una vez caído el sol, una vez avistada la primera estrella en el purpúreo firmamento, una vez solos ya con la noche estelar. Nos invita, hay que decirlo, a soñar.

Quizás, después, nos despierte la predecible decepción de un mero acontecimiento astrofísico emanando chorros de radio hacia la nada. O, quizás, la pulsante confirmación de un evento misterioso y lejano, una voz, aunque sea monotonal, entre los ecos del silencio radial del espacio.