La chimpancé Cecilia, que gracias a un habeas corpus de la Justicia fue trasladada desde Argentina a Brasil, pisa como con vergüenza el pasto de su nuevo destino, un santuario para primates en Sorocaba, después de 20 años caminando sobre el suelo de cemento en el interior de su jaula del zoológico de Mendoza, donde nació.

El clima tropical de las sierras boscosas del interior del estado de San Pablo (Brasil) también es novedad para Cecilia, que llegó el jueves pasado en avión al país, y fue llevada hacia el santuario de primates más reconocido del continente, un lugar que es una suerte de geriátrico de ‘sobrevivientes‘ de las rejas del zoológico y del ’régimen de trabajo’ de los circos.

En el Santuario de Sorocaba, a unos 95 kilómetros de la ciudad de San Pablo, hay chimpancés nacidos en cautiverios, con problemas psiquiátricos, leones y osos que pertenecían a los circos, que por normativa internacional no pueden ser trasladados a Africa, de donde ellos o algún antepasado fueron traficados.

En ese escenario aparece la figura del gran mecenas de los chimpancés a nivel mundial, el cubano nacionalizado brasileño Pedro Ynterian, un microbiólogo que destina las ganancias de sus empresas del área química al cuidado de estos animales, en un espacio que cuenta con dos veterinarios y otros 23 empleados que realizan el mantenimiento y cuidado diario.

Ynterian es el responsable en el Grupo de Apoyo a los Primates (GAP), una ONG internacional de la que es secretario general, de brindarle apoyo a Cecilia. ‘Para Cecilia es el paraíso. Estuvo dos décadas, toda su vida, pisando el cemento. Obligada a salir a ver a los visitantes del zoológico de Mendoza durante el día y dormir a la noche en un cubículo. Ahora está comenzando a pisar la hierba. Cecilia, así como todos aquí, son sobrevivientes‘, dijo a la agencia oficial de noticias Télam Ynterian mientras observaba a la nueva húesped.

Cecilia está en cuarentena y es la estrella del lugar, al que no paran de llegar camarógrafos de todo Brasil porque la chimpancé que llegó de la región cuyana fue la primera en el mundo en ser reconocida como sujeto con derechos, luego de que la jueza María Alejandra Mauricio aceptara un habeas corpus pedido por la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (AFADA).

Sin visitas

‘Algunos fueron tratados por psiquiatras humanos que recomendaron darles Prozac y otros antidepresivos por el maltrato psicológico sufrido en el cautiverio‘, comenta el microbiólogo Pedro Ynterian, que no permite visitas en su santuario brasileño para evitar que los animales sufran estrés.

La chimpancé, que estaba triste y estresada en Mendoza, tiene un comportamiento tan parecido a los humanos que impresiona. ‘Es el equivalente a un niño de cinco años pero sin capacidad para hablar. Un día sueño en que me hablen‘, cuenta el cubano.
Cuando se le habla en portugués, Cecilia no responde, apenas presta atención cuando alguien la saluda en español. Ella está en un espacio de 400 metros cuadrados con muros de 4 metros y juegos de plaza, donde tiene cestas de frutas, yogures y botellas de agua y leche a disposición, además de una cama y frazadas que se cambian todos los días.

‘El tedio es el mayor enemigo de ellos. Es como si hubieras vivido toda tu vida en un calabozo‘, dice Ynterian, de 77 años. Desembarcó en 1973 en Brasil, donde se instaló como empresario farmacéutico y ’mecenas’ de los animales en cautiverio. Para llegar al santuario -una estancia de 500.000 metros cuadrados- hay que recorrer 1 kilómetro por un camino de piedra, en medio del bosque atlántico.

Desde 2002 que este santuario se parece a una hospital de campaña o un geriátrico: aquí llegan los animales que la justicia les saca a los circos y a los zoológicos que los maltratan. Hay chimpancés que enviaron de Bolivia y Holanda.‘Tenemos 50 chimpancés. En África están en extinción, aquí también. Le hemos cortado el negocio del tráfico de animales a muchos‘, dice Ynterian. ‘El animal en un zoológico o en el circo sufre, aquí tienen espacio y no tienen visitas. No saben ni pueden vivir en la selva. Es como si a nosotros nos dieran un árbol para trepar siendo viejos. Sería imposible‘, compara el microbiólogo.
Fuente: Télam