El linfoma de células de manto, un cáncer hematológico agresivo que se origina en las células B del sistema linfático y que, muchas veces, se diagnostica en estadios avanzados, requiere una mayor visibilidad en la agenda pública. Así advirtieron desde la Asociación Civil Linfomas Argentina (ACLA), que informó que, aunque representa el 5% de los casos de linfoma, eso se traduce en cerca de 450 casos por año en Argentina.

“Se da con mayor frecuencia en varones mayores de 60 años y se caracteriza por una alteración genética específica, que desencadena una proliferación celular descontrolada y puede afectar no solo a los ganglios linfáticos, sino también a otros órganos como la médula ósea, el bazo, el hígado, el tracto gastrointestinal, la piel, los pulmones y el sistema nervioso central”, describió la Dra. M. Silvana Cugliari, jefa del Departamento de Hematología del Instituto de Oncología Ángel H. Roffo-UBA.

Los pacientes con esta enfermedad pueden presentar pérdida del apetito y de peso, fiebre, sudores nocturnos, náuseas y/o vómitos, indigestión, dolor o distensión abdominal, sensación de saciedad o molestias debido al agrandamiento de las amígdalas, el hígado o el bazo; presión o dolor en la zona lumbar que a menudo se extiende hacia una o ambas piernas o fatiga a causa de la anemia.

En muchos casos, el diagnóstico llega cuando la enfermedad ya comprometió varios órganos y se requiere un tratamiento intensivo.

Según el perfil de paciente, edad, estado general y funcional, además de algunos estudios de laboratorio como el nivel de deshidrogenasa láctica y el conteo de glóbulos blancos, el linfoma de células de manto puede tratarse con quimioterapia, anticuerpos monoclonales o, más recientemente, con terapias dirigidas, de administración oral, con mejor perfil de seguridad, tasas de respuesta más elevadas y la posibilidad de controlar la enfermedad por más tiempo.