Fernando Barreda tiene 22 años, vive en el barrio Villa Rafaela de Villa Mercedes y está terminando la escuela secundaria en el Centro Educativo de Nivel Secundario N°1 (CENS), en la modalidad nocturna.
Durante una charla entre compañeros, comentó casi al pasar que tenía que ir en bicicleta hasta Vallecito (Caucete – San Juan), donde se encuentra el santuario de la Difunta Correa, para cumplir una promesa.
Sus amigos escucharon con atención, y sin pensarlo dos veces, lo impulsaron a realizar el viaje. Tres de ellos se ofrecieron a acompañarlo en auto, y una semana después ya estaban todos en la ruta.
El pasado jueves a las 16, Barreda comenzó con la travesía y con el claro objetivo de llegar a destino. Partió solo desde su casa hasta San Luis y luego se encontró con Joana Heredia, Antonella Godoy y Brian Palma, que emprendieron el viaje en auto el mismo día, una vez que todos terminaron sus jornadas laborales.
“Al principio no caía, pensé que no era verdad porque ellos tienen familia, tienen responsabilidades, pero dejaron las excusas de lado y no dudaron en acompañarme”, dijo el ciclista en diálogo con El Chorrillero.
El primer tramo, de 140 kilómetros, lo llevó hasta la zona de las Termas de San Gerónimo, donde pasaron la noche acampando. Allí hicieron una fogata, cenaron y al día siguiente continuaron el recorrido hacia Encón.
Los calambres, la humedad y el viento no ayudaban al deportista: “Sentía que no podía, me había cansado físicamente, pero quedaba lo mental. Así que traté de trabajar la mente para poder llegar y lo cumplí”.
Ya en la provincia de San Juan hicieron la segunda noche, y al despertar continuaron el camino hacia Vallecito, donde se encuentra el santuario de Deolinda Correa.
Allí los devotos llenan los altares con ofrendas, principalmente botellas de agua y velas, a modo de agradecimiento hacia la Difunta, a quien le atribuyen milagros y se la considera protectora de viajeros, enfermos, madres y del ganado.
Luego de dos días y medio de esfuerzo, Fernando llegó a destino. Las bocinas acompañaron el logro y las lágrimas no tardaron en llegar: “Cuando llegué no caía, no me lo creía. Los últimos cinco kilómetros los hice en una hora por la subida y el viento que había, pero cuando lo logré lloraba de la emoción”.
Un problema de salud fue el causante de esta hazaña. Tras la pandemia de Covid, el joven comenzó a notar que su piel se rompía, se ampollaba y se irritaba más de lo normal. Los diagnósticos no eran alentadores y en algún momento le mencionaron la posibilidad de que fuera cáncer, e incluso epidermólisis bullosa (más conocida como piel de cristal).
El atleta depositó toda su fe en la Difunta Correa y le rogó una solución, ya que los dolores le afectaban las salidas a correr y los entrenamientos. Desde chico su familia le inculcó el catolicismo, y en varias ocasiones ha viajado a San Juan para visitar el santuario.
“Soy muy creyente. Fui mejorando y ahora ando como si nada. Si no hubiera mejorado esto no lo podría haber hecho, porque me hacía mal el frío, y también el calor”, manifestó.
Actualmente se encuentra bajo tratamiento médico por rosácea, una afección común de la piel, que causa enrojecimiento en el rostro debido a la hinchazón de los vasos sanguíneos.
“Nuestra palabra tiene poder, siempre lo dije. Hay que creer y luchar por eso”, transmitió el joven.
Su preciada bicicleta fue un regalo de su mamá, la tiene desde el año 2020 y aseguró que “no la vendería ni por $10 millones”.

