Aparcero. La cosa fue una juntada, la inocencia de un festejo íntimo, que quedó enredado entre un olvido o un descuido. Usted tuvo que apearse del flete libertario que supo ensillar hace tiempo. Está compareciendo, y lo hace mansamente, entregado a lo que dictamine el señor juez. Siempre fue un gaucho noble, directo, de mano abierta, y no se va a retobar ahora. Nunca fue un renegado y no lo será. Lo del juez es aplicar la ley, como corresponde. Y usted lo acepta, nunca le hizo asco a los reglamentos, ni intentó gambetearlos. Sombrero, poncho, caballo y como riqueza, su decir gaucho, empecinado en cuidar y difundir la tradición, con la tenacidad y constancia de un templario, fiel custodio de la poesía y cancionero cuyanos. A recordarnos que la tierra que pisamos fue labrada por el pulso vigoroso de nuestros antepasados, e hicieron un vergel de esto que es un desierto. Y se dieron maña para que el agua alcanzara a todo el valle. Y ahí estás, ante la justicia, Jorge Dario Bence, como diría el verso de Larralde "por una sola, que salió mala". Y usted, callado. Firme ante ese señor que le pregunta nombre, edad y profesión. Y usted, que es un pedazo de historia, se somete en silencio y brinda sus datos, como cualquiera. Esto se lo debe enfrentar, porque se supone que todos somos iguales ante la ley (aunque no siempre, agrego).

El aparcero mayor de Cuyo en dos momentos especiales. La foto de arriba lo muestra con tapaboca, delante de las autoridades judiciales, tras haber celebrado su cumpleaños en una parrillada.

 

La infracción es delicada, por el momento que se vive. Pero me pesan sus 90 años. Porque tiene un recorrido que pocos han ensayado, luchando contra el avance de costumbres forasteras, contra aquello que nos hiciera olvidar que debajo de este pavimento, dormita un suelo regado con sudores de gringos y criollos, y con la sangre de los que, en los albores de la patria, soñaron con una Argentina grande, nave insignia de la libertad y del trabajo, aquí en el fondo de las américas. Muchos nos hemos subido en las ancas de su caballo henchido de libertad, y apretando los oídos al receptor, nos bebíamos a traguitos el matecito cuyano que cada tarde nos invitaba debajo de su "alero huarpe". No soy de frecuentarlo, usted no me conoce tal vez, aunque haya estado al lado suyo en aquel cumpleaños de nuestro amigo Jacinto Laciar. Éramos muchos los invitados, pero con mis amigos de "la Colorada", habíamos hecho un aparte justo apenas se cruza la tranquera del rancho, allá en las sierras azules. Así que apenas lo vimos apearse, nos fuimos como moscas a la leche sobre su figura añosa, pero firme. Como quien se aproxima a un ser de otro tiempo. Y usted nos regaló su sonrisa, se dejó "fotear" para que orgullosos digamos, por ahí, que "yo estuve con Jorge Dario Bence". Tal vez no sepa o no se dé cuenta de lo que significa para todos nosotros. Tal vez esté ocupado en pasar este mal trago y no sepa, que allá, atento a su suerte, hay un pueblo criollo que le hace compañía, con su silenciosa presencia, y con su nombre y su rica historia corriendo como aquel mate, que tantas veces nos sirviera. Con su mano callosa y su antiguo decir campestre. Estampa viva de nuestra tradición, no sé si escucha los aplausos, mientras le voy diciendo: Don Jorge, siempre al lado suyo, aunque no nos vea.

 

Por Orlando Navarro
Periodista