Señor director:

La crisis que vive el país no es sólo económica, sino, lo que es peor, cultural. Y en esto jugó y juega un rol muy importante la educación. Otrora la educación pública argentina tuvo un nivel envidiable en el mundo sin embargo, actualmente, ocupamos vergonzosamente el último lugar en el mundo en calidad educativa, sin que haya responsables, ni siquiera una autocrítica, a pesar de la inversión del 6% del PBI en la década pasada. Pero "curiosamente'', el pueblo ("estafado'') no reclama una explicación y tampoco se hacen cargo los políticos, los dirigentes del sistema educativo y los docentes.

Es que la mayoría de los actores nombrados no está preocupado por la calidad educativa. Si bien todos son responsables los más perjudicados son los alumnos, aunque padres irresponsables no reclamen este hecho, a pesar de ser la calidad educativa de significativa relevancia para la competencia y sobrevivencia en el mundo globalizado que vivimos.
Así planteadas las cosas, sin reclamos genuinos por parte del pueblo que estén centrados en los valores educativos, la discusión en educación se circunscribe históricamente al aspecto salarial, donde los alumnos son los rehenes.

La extensión del conflicto revela a la mayoría de los padres que reclaman que sus hijos estén en la escuela, que la escuela los contenga mientras ellos trabajan, sin preocuparse si saben o no, si hacen o no los deberes, si estudian o no, si saben o no escribir y leer, si saben o no la tabla del cuatro y las operaciones básicas, mientras los aprueben y los promuevan. Para peor, muchos atropellan a los docentes y no les importa que sus hijos les falten el respeto, los amenacen y les destruyan los autos. La escuela se transforma así en un recinto donde se degradan los valores, como extensión de la degradación familiar y cultural, y sin fortaleza para modificar la realidad.

El problema es muy grave, porque es sobre todo cultural. De estas escuelas públicas inviables, surgieron la mayoría de los políticos y empresarios, muchos de ellos corruptos, sin valores, sin moral, sin ética, sin escrúpulos, y que terminan poniendo en jaque la economía y la democracia. Es en las instituciones educativas en donde están cifradas las esperanzas de la restauración de valores y un cambio ético en la sociedad, más allá de los conocimientos técnicos. De aquí la gran responsabilidad que tiene que asumir el sistema educativo en este aspecto y que hasta ahora brilla por su ausencia, porque nunca esto se plantea, ni siquiera en paritarias. Quizás una utopía de la escuela pública, pero la única esperanza de un cambio. De lo contrario es muy difícil imaginar un escenario de un futuro mejor para nuestros hijos, donde reine la paz y la justicia.