
Fugaz, como una musiquita que se le ha dado por volver, se me hace presente mi infancia. Es la calle San Miguel, donde estaba la casa de mis viejos, y es el viento sacudiendo los plátanos y los eucaliptos, que se elevaban portentosos en la vereda de enfrente. Es la esquina a veinte metros, donde cruzaba la Cereceto. El kiosco del "Aroca", la farmacia de don Napoleón, don Rubén, y al frente un viejo, al que le decíamos Gary Cooper, el espigado actor de las antiguas películas de cowboys. No me olvido cuando me dijo el nombre de su perrito. "Kurincunkinca romero", porque él se apellidaba Romero. Al lado de mi casa, en una pequeña piecita que todavía está, apuraba su oficio de sastre el "Camiseta", de quien no recuerdo el nombre, pero sí una mancha como un hilo rojo, que le dividía la frente en dos. Más al Sur, los Conturso, los "Petardos", los Gómez, los Montiveros. Al frente los Velert, los Pérez, los Boudonett y después la fábrica de aceite. Subido a sus rejas estaba cierta tarde, y de golpe me vino como un escozor en los brazos, que luego sacudía todo mi cuerpo. Julio, el dueño o encargado, me miraba sin atinar a nada y yo no me podía soltar. Era una descarga eléctrica. No sabía lo que era eso, pero lo estoy contando porque en algún momento aquel baile cesó. Me solté y corrí hacia mi casa. No le conté nada a mi madre, sorprendida por mi extrema palidez. Primeros años. Apenas recuerdo, muy vagamente, a mi abuela Rosario, fallecida en el 49, y a mi viejo agarrándose la cabeza cuando entró a su pieza y la vio muerta. Yo tenía tres, de modo que no sé si lo recuerdo exactamente o estoy repitiendo algo que contaron mi madre o mi hermana mayor. Pero veo una foto de mi abuela y sí, es un rostro muy bello y querido, aunque es como un suspiro vagando levemente en mi memoria. Su pieza, fue la pieza "de la abuela", para siempre. Mi infancia fue la escuela Nacional 21. Primero sobre la San Miguel, más o menos frente a lo que es ahora el negocio del "Maleta" Gómez, pero que a raíz del terremoto del 52 quedó en mal estado y la trasladaron cerca de la Cereceto. Allí hice el jardín de infantes y cuando arranqué con primer grado, mis padres nos inscribieron en la Escuela Superior Sarmiento. Primero nos llevaba mi viejo en auto, y después íbamos en un micro "de la 10", de los cuales me sé de memoria: el 1, lo manejaba el "Chofer del Diablo", el 2, Pastor, el 3 era de los Pavía, el 4 del "Pankiko", el 5 don Bonatti, y así sucesivamente. En la Escuela Sarmiento no puedo olvidarme del director, de apellido Mallea, creo que calingastino, un caballero, que después frecuenté de grande porque estaba asociado a la Cooperativa La Cordillerana, donde trabajé. Era muy celoso del orden y del respeto hacia él y las maestras. Al final del día ponía en fila a los que se portaron mal y a medida que pasaban un leve coscorrón, más que eso una caricia, era la "sanción", que nada dolía frente a la vergüenza de formar parte de aquella fila de penitentes. Recuerdos, gratos, años en que mi viejo vivía y desde Iglesia venía con sus regalos del campo, y su poncho de invierno. Diría, como Aníbal Troilo, "dicen que me fui de mi barrio, pero ¿cuándo?, ¿cuándo? Si siempre estoy llegando".
Por Orlando Navarro
Periodista
