La ausencia de una pieza molar o dental suele causar nostalgias de buenos tiempos pasados.


Ayer por la tarde, tuve que decirte adiós. Vieja compañera de tantos momentos agradables. Al verte partir, me ganó una triste sensación de desarraigo, que únicamente reservamos para quien ocupó un lugar importante en nuestra vida. ¿Sabes?, siempre contaba contigo en las mejores ocasiones que me reservaba la vida. Los asados, las buenas comidas, el pan de cada día. Cuando chico, recuerdo el esmero de mi madre porque mis almuerzos guardaran un exacto equilibrio entre lo nutritivo y lo fácil de deglutir. Pero me le animaba al infaltable hueso con caracú, que era el premio mayor de aquellos pucheros que ya no se ven. Y sordas luchas entre los cinco hermanos, que pugnaban por él. Confiaba en ti. Cuando de grande, te exigí a fondo en grandes encuentros culinarios, donde ponía a prueba tu firmeza, tu habilidad para hundirte filosamente. Y nunca me fallaste. Otras veces, desaprensivamente, recurrí a ti para sacar el corcho de una botella, y ese esfuerzo al que te exigía, despertaba admiración entre los comensales, que veían como te esforzabas en cumplir con nuestro objetivo de acceder al "líquido elemento", capaz de alegrar nuestras vidas. Siempre estuviste en peligro, porque podían acusarte de apiñar tus congéneres alrededor. Entonces, el estigma de la expulsión te acompañó desde los inicios, pero más cuando me hice adolescente. Siempre en la picota, siempre causante de ignotos males que me pudieran acometer. Siempre a riesgo de la temida tarjeta roja. Los especialistas hace rato que vienen preanunciando tu desaparición. Porque serías algo así como un resabio inútil de nuestros antepasados, que parecía se comían los huesos de mamut sin temer las consecuencias. Comían carne dura y había que arremangarse con esos tremendos trozos, que los romanos despedazaban con un mordisqueo brutal. Nada de cuchillo ni tenedor. Ni que decir de un previo hervor que pudiera ablandar el motivo de tanto esfuerzo. Pero ese acto, bien macho, de valientes, era admirado. A nadie, menos a un soldado, podría admitírsele que cortara finamente el pedazo de carne que se le había puesto en el plato. Eso era una muestra evidente de debilidad. A través de la historia, se fueron entibiando estas costumbres, y un buen cubierto hoy es sinónimo de cultura gastronómica, y forma parte importante del agasajo que se le quiere ofrecer al invitado. Por eso, es que ahora te miran con desdén, como que ya no haces falta y vas camino a tu extinción. Pero, como te dije antes, siempre conté contigo y rindo honores a la lealtad con que te mantuviste conmigo. Antes que vos, se fueron yendo otras compañeras que supieron cumplir con su función con una silenciosa eficacia. Hasta que un día le bajan la bandera del "no va más" y hay que extirparlas de nuestra vida. Visto con alguna ironía, parecería un acto de desagradecimiento, con quien supo mantenerse enhiestamente a nuestro lado por años. Ayer, cuando te sacaron y me mostraron tu deplorable estado, que había más que justificado tu extirpación, me vino como una nostalgia. Estaba frente a la realidad de otra despedida y, en silencio, te dije adiós, muela querida. 

Por Orlando Navarro
Periodista