
Guitarras criollas, quenas, acordeones, bandolinas, y a veces unos timbales; las murgas musicales nunca fallaban en los festejos del carnaval sanjuanino. Tanto en el Parque de Mayo como en la Av. José Ignacio de la Roza se presentaban todos vestidos iguales con trajes de barato satén, de coloridos y brillantes tonos, de camisas muy amplias y pantalones holgados, muchas veces luciendo tiradores. Estas murgas siempre estaban presididas por señoritas que a pesar de ser las reinas del grupo, nunca llegaban a trascender por su belleza. También era común la presencia de disfrazados y máscaras sueltas que ponían la cuota de humor a esa caravana multicolor que tanto alegraba a grandes y chicos.
Otro aspecto distintivos de estos corsos lo constituían los carteles identificatorios de las murgas o comparsas. Así adquirieron notoriedad agrupaciones como "El Clavelito”, "Villa Las Rosas”, "Papelitos”, y muchas más, que se destacaban por el tamaño y la calidad en su realización.
La música de las murgas era única y su estructura también. Tenían tres cuerpos: primero desfilaban los niños y señoritas, luego la orquesta y al final los hombres. Siempre detrás de una murga aparecía un suntuoso carruaje con hermosas niñas saludando al público. Esta expresión de arte puro, de costumbre bien sanjuanina, y autentico sentir popular, estaba dirigida por el hombre orquesta, con silbato en boca mantenía el orden de todos sus integrantes, que no eran muchos. Sus órdenes y disciplina eran sagradas, algo diferente a los que se ve en la actualidad.
Una participación auténtica de gente humilde y sacrificada, que dejaban todo para integrar la murga, sin interesarle obtener ninguna ganancia. Tan sólo el honor de formar parte de ellas les bastaba.
Por Leopoldo Mazuelos-Corts DNI 5.543.908
Foto: José Mazuelos
