Señor director:


Grato recuerdo de mi niñez eran aquellas fogatas en honor a San Juan Bautista, que con los amigos y vecinos de la zona preparábamos meticulosamente. Llenos de alegría y de entusiasmo días antes del 24 de junio comenzábamos los preparativos, realizados en las tibias siestas sanjuaninas. Había lugar de sobra para hacerlas: una finca, el fondo de una casa, un baldío o cualquier espacio que viniera bien. Lo primero que hacíamos era buscar una especie de "esqueleto" o estructura, sobre la cual colocaríamos pasto seco, a veces "cañota", ya seca en ese tiempo, y las hojas fruto del otoño. Por lo general, un noble chañar era sacrificado y trasplantado en medio del lugar elegido. Era una tarea comunitaria por excelencia, que cada uno de nosotros cumplía disciplinadamente con su tarea. Poco a poco, aquel árbol se iba atiborrando de malezas, tomando la forma de "un San Juan", como lo solíamos llamar. Lo último que agregábamos eran hojas de un árbol llamado "ligustro", que tenían la propiedad de hacer estrepitosos ruidos al quemarse. El día 24 a mediodía, nuestra tarea estaba concluida. Ahí toda la muchachada observaba su obra, con orgullo, especialmente con ansiedad, esperando "la mágica noche de San Juan". A la vera de aquella mole de basura seca, siempre rondaba un guardián, ya que en varias ocasiones sucedió que un chistoso de otro barrio, pícaramente se anticipara al encendido. Llegada la noche, la barra de muchachos, también jóvenes mujeres, estábamos presentes. Se agregaban nuestros padres, abuelos, vecinos, conocidos y todo aquel que quisiera disfrutar de este evento tan particular y tradicional. Cerca de las 11 de la noche, un integrante del grupo, previamente elegido -lo cual era un honor-, la encendía. Presente está en la memoria de todos como aquellas llamas, que ejercían sobre cada uno de nosotros una especial fascinación, comenzaban a agrandarse más y más, a lo que se sumaban las chispas y ruidos, que llegaban al cielo, que por ventura siempre estuvo estrellado al máximo. La luz potente de las fogatas alumbraba mucha distancia alrededor de ella, a lo que se sumaba un fuerte calor. Vivas y gritos, rondas y saltos, algarabía, abrazos pedidos o rogatorios, se entremezclaban en una noche llena de encanto y sentimientos fraternos. Luego venía la parte, gastronómica. Por lo general se bebía una copa de anisado, a veces un componente español llamado "carajillo", que simplemente era café mezclado con coñac, bebida espirituosa, ideal para la ocasión. Las mujeres solían llevar buñuelos y otras delicias, además ellas secretamente hacían su pedido en aquella noche grávida de sortilegios.



Profesor Edmundo Delgado   Magister en Historia