Los inmigrantes escribieron páginas de epopeya. Pero también sufrieron desilusiones. Según datos de Luis Gregorich, entre los años 1821 a 1932 entraron a nuestro país 6.405.000 inmigrantes. La Argentina ocupa en consecuencia el segundo lugar del mundo, sólo precedida por Estados Unidos. Pero si comparamos la población de ambos países en igual periodo, se ubica en el primer puesto por porcentaje de inmigración. No fue necesario esperar mucho tiempo para que se formara el mito nacional del "crisol de razas". Fueron suficientes 30 años que podríamos llamar de "inmigración masiva" (1880 a 1910). En este periodo llegaron 3.000.000 de inmigrantes. En esos años se transformaron la sociedad, la economía, las costumbres y la cultura argentinas.
En un principio se trató de que poblaran las extensiones deshabitadas de La Pampa, el Litoral y otras zonas. Se tenía preferencia por gente que viniera del Norte de Europa. Alberdi, autor de la frase "Gobernar es poblar", atribuía dotes superiores a los nordeuropeos (en especial anglosajones y germanos) en lo que se refiere a la organización social. Durante la presidencia de Avellaneda se procuró ese tipo de inmigrantes. Pero la corriente inmigratoria de Europa septentrional se dirigió en su mayoría a Estados Unidos. Aquí vinieron los italianos del Sur, los campesinos españoles, los judíos, el pueblo de la Biblia, los árabes y sirio – libaneses, en busca de un escenario para desarrollar sus talentos comerciales. Nadie sabía cómo eran estas tierras. No traían capitales (salvo unos pocos), sólo el capital de las fuerzas de sus brazos para trabajar. Y así llegaron.
Estaban dispuestos a mecerse muchos días en las bravías aguas de los océanos. Pisaron tierra firme. Hombres solos, matrimonios, familias.
Cuántos inmigrantes se acordarán de aquellos inquietos camarotes de 6 metros cuadrados, ocupados por 8 personas mayores más los niños. Cuántos de aquel viaje tambaleante en la bodega de un barco donde para 200 ó 250 personas había sólo 5 ó 6 baños. Las camas eran simplemente colchonetas rellenadas con paja, y como almohadas, los salvavidas. Los que vinieron fueron hombres de pueblo, no sabios colonizadores con Teodolitos o Winchester. Y llegaron. Y estaban todos: "Pepe el gallego", "el gringo Nicola", "el ruso Jacobo", "el judío Samuel".
Sólo resta contarles un cuento que apareció en DIARIO DE CUYO hace muchos años en ocasión de conmemorarse el día del almacenero, un cuento de "gallegos". Resulta que una gran cantidad de ellos traía voluntad de trabajo y esperanza. Muchos se instalaron en los barrios, y en ese rincón tan nuestro, "el almacén del gallego". Porque nos tuvieron confianza nos fiaron en momentos de apuro. Porque llegaban a nuestra casa, canasta al hombro, con el pedido. Porque fueron un pedazo de nuestra vida, muchas veces, detrás del mostrador nos escucharon. Hoy forman parte de nuestra tierra a la que quisieron como suya. ¿Lo conocían? Un cuento que con un poco de imaginación y con mucho de añoranza y agradecimiento, deberíamos aplicar a los que llegaron de ultramar a nuestra bendita tierra.
