Señor director:


Cuantas veces nos habrán recordado, personas bien intencionadas, que es muy peligroso juzgar. Incluso habremos oído más de una vez que "sólo Dios juzga". Lo entendemos y nos lo creemos, pero a la mínima de cambio estamos cayendo en la difamación. Qué fácil es dejar mal a alguien, y casi siempre es de modo injusto, sin datos suficientes. Si la difamación la hemos sufrido en nuestras carnes, somos más conscientes de lo sangrante que puede llegar a ser un asunto tan inconsistente, tan superficial. De la maldad que puede haber en una opinión dejada caer como si nada: pues he oído decir... "Es de una vileza increíble", pero hay tanta costumbre que el resto de los presentes siguen la gracia o abundan en la mentira, porque refuerza la sensación de amigotes. Qué fácil es calumniar y cuánto daño se puede hacer. ¡Qué difícil es revertir la mala fama! Sin embargo, moralmente, ante el arrepentimiento por la calumnia, hay obligación de restituir la fama, y esto es mucho más difícil que devolver una cantidad de dinero, cuando uno se arrepiente de haber robado. ¿Cómo se ha de hacer para restituir la fama? El listillo siempre dirá que "cuando el río suena, agua lleva", y se queda tan tranquilo. A no ser que me lo hagan a mí.



Domingo Martínez   DNI 7.124.696