Señor director:


Resulta curioso ver y observar cómo a mediano tiempo la escala de valores de los delincuentes, y sus familiares, ha variado de manera sustancial, en especial en el Conurbano Bonaerense. En efecto, cuando para muchos de nosotros en nuestras infancias tener un familiar preso o acusado de un delito era, sin más, una vergüenza social; ahora por el contrario, para muchos delincuentes hay en ello un motivo de orgullo. Así se observan a madres de 30 años de edad que ven como héroes a sus hijos adolescentes son detenidos por haber matado a un policía en el marco de un asalto. Este cambio de valores viene acompañado de otra curiosa circunstancia social; abuelas antes de los 35 años de edad. Más o menos así se genera la idiosincrasia delictual y familiar actual en un sector importante de la sociedad argentina. Ese mismo sector que cada día selecciona el camino del atajo para lograr el objetivo económico rápidamente y sin mayores esfuerzos que, eventualmente, empuñar un arma de fuego. Este es el temperamento de los delincuentes adolescentes. Son los mismos delincuentes que matan para robar con mayor comodidad o que luego de robar matan a la víctima indefensa para que no haga la denuncia. Este sector de la sociedad ha enfermado para siempre. No se ven políticas que conduzcan a modificar esta realidad tan amarga.