"Abuelo, ahí vienen tus amigos”. Uno de mis nietos, que vive en otra provincia y viene cada tanto, ya los conoce. Y me avisa, porque sabe que me gusta pararme a dialogar con ellos. Y, también, acompañarlos en la vueltita que se dan por la plaza de mi barrio. Cosa de jubilados. Tardecitas, plaza, caminata, charlas. Ernesto García, Carlitos Farina, el "Tomy” Rupcic, "Cacho” Martín, José Nuñez. Sobre todo los dos primeros, con asistencia casi perfecta, tarde a tarde, en recorrer esos 333 metros. Risueñamente los enfrento, y les digo, tratando de poner la cara más seria que tengo: "¡Señores!, ustedes no pertenecen a este barrio (el Universitario). Ustedes son del Bancario, así que por favor caminen por la plaza de su barrio”. Poniendo cara compungida, me dicen "pero nuestro barrio no tiene plaza”. "Entonces deben pagar por caminar por aquí. Son diez pesos la vuelta, por cabeza. ¿Cuántas vueltas han dado?” Y ríen. "Anotalas en el agua”, me dicen, o cosas parecidas. Es un remanso estar con los muchachos. Aparte de ser vecinos, es una amistad que viene de muchos lados, pero principalmente del fútbol. De Ausonia, de "Los mamertos”. También por el lado de la guitarra y el canto. Pero el fútbol domina la mayoría de las pláticas. Hace unos días, Carlitos se preocupó por el estado de mi rodilla. "Yo hice operar a mi mujer en Mendoza”. Y me contó todo lo que anduvo hasta dar con el médico justo. Su señora tenía cada vez más problemas para caminar y él no descansaría hasta darle solución. "Cómo la quiere”, pensé en ese momento. Y sonreía, satisfecho, al comentar que ya caminaba perfectamente. Me pasaría el dato. Gran tipo Carlitos Farina. Escribo esto y son las 8 del miércoles 11 de marzo. Temprano salí y me topé con el paisaje de la plaza, que está frente a mi casa. Alguien da vueltas, pero me gana la nostalgia. Es el primer día que Carlitos no verá ese escenario. En la tarde de ayer martes caminaba como siempre, con Ernesto, y se sintió mal. En tránsito a su casa, su corazón dejó súbitamente de latir. Y se fue. Así como así. Con la inapelable y letal decisión del destino, que dice hasta cuándo. Sin preguntarle a uno si acaso tiene otros planes. Va a ser muy fuerte no verlo desandar esos 333 metros. Tan acostumbrados estábamos a su presencia bonachona, siempre de humor, "tranqui”, buena onda. Pero lo nuestro, lo de sus amigos, no es nada frente al hueco en su familia. "Chau mi amor, chau mi amor”, repetía como una letanía su mujer. Y pensé, como de él, aquella vez de la rodilla: "cuánto lo quiere”. Y viéndola recordé aquel poema: "no dejaré de besar tus mejillas”. Inesperadamente, alguien comenzó un aplauso, que se hizo largo, fuerte, ruidoso, como despidiendo el paso de este nuevo caminante que iba, en búsqueda de su estrella. Camina Carlitos, camina, que, al decir de Machado "son tus huellas el camino, y nada más”. Chau, amigo. No te profetizo recompensas, allá, donde vas. Viendo el amor de tu familia, de tus amigos, lo que dejaste, estoy seguro ya que las tuviste aquí.

Por Orlando Navarro
Periodista
Ilustración: Rodolfo Crubellier