Señor director: 


Escribo esta carta para agradecer públicamente el haber tenido de compañera y jefa a la doctora Nora Coria Martín. Trabajo en el poder judicial (Juzgado de Paz letrado de Chimbas) y ella tenía el cargo de Secretaria de Paz letrado. Hoy le tocó jubilarse y es una sensación contradictoria la que siento. Tendría que estar feliz, pero la tristeza me ha invadido el alma. La doctora es de esas personas que se muestra tal cual es, una persona fantástica, genial por donde se la mire. Una jefa que me supo mostrar siempre mis errores con el máximo respeto. Una compañera que me supo escuchar en mis momentos complicados y me supo aconsejar como lo haría mi mamá. 


Sus años de experiencia litigando (pataconeando las calles) los sabía plasmar en divertidas e interesantes anécdotas siempre cargadas de recuerdos tiernos y graciosos. Esto me hizo quererla desde el primer momento. 
Ella nunca llegaba sola al trabajo, siempre venía acompañada. Traía a Carla, a Noribel, a Franco y si, últimamente traía un babero y a su pequeño gran amor, Santino. 


Las charlas mientras se tomaba la medicación van a quedar grabadas en mis más hermosos recuerdos. y nuestras pequeñas terapias de psicoanálisis intercambiándonos nuestro día a día familiar van a ser inolvidables. 


Dicen que es así, que la jubilación es una etapa nueva. Pero hubiese querido no tener que quedarme yo esperándola todas las mañanas. ¡Gracias Doc, por cruzarse en mi camino y hacerme de los días laborales unas mañanas espléndidas!, ¡gracias por tanto amor y buenos sentimientos con mis hijos! 


Sé que sólo la dejaré de ver en el Juzgado porque la pienso seguir visitando o llamando para ponernos al día. Ahora entiendo varias cosas y es que tengo la impresión que mi doctora es un ángel, si un ángel de esos que Dios está empecinado en cruzármelos por el camino y hacerme feliz.