Señor director:

Unas palabras del entonces cardenal Ratzinger publicadas en 1985 siguen plenamente en vigor:

"El tema del pecado se ha convertido en uno de los temas silenciados de nuestro tiempo. La predicación religiosa intenta, a ser posible, eludirlo. El cine y el teatro utilizan la palabra irónicamente o como forma de entretenimiento. La sociología y la psicología intentan desenmascararlo como ilusión o complejo. El derecho mismo intenta cada vez más arreglarse sin el concepto de culpa. Prefieren servirse de la figura sociológica que excluye en la estadística los conceptos de bien y mal y distingue, en lugar de ellos, entre el comportamiento desviado y el normal. De donde se deduce que las proporciones estadísticas también pueden invertirse: pues si lo que ahora es considerado desviado puede alguna vez llegar a convertirse en norma, entonces quizá merezca la pena esforzarse por hacer normal lo desviado. Con esta vuelta a lo cuantitativo se ha perdido, por lo tanto, toda noción de moralidad. Es lo lógico si no existe ninguna medida para los hombres, ninguna medida que nos preceda, que no haya sido inventada por nosotros sino que se siga de la bondad interna de la Creación".

Por desgracia, la mayoría de los jóvenes que anda entre la universidad, institutos, diversos centros de enseñanza y primeros trabajos, si no tienen muy diluida la conciencia de pecado, no la tienen en absoluto. Ayudarles a volver a vivir con esa conciencia es la mejor ayuda que podemos darles para que puedan apreciar el amor que les tiene Dios.