"De Alberto Cortez aprendimos con la dedicación sublime, eso de darle rienda suelta a los sentimientos".

Recuerda el Tommy Rupsic, un amigo, que Minguito Tinguitela, el recordado personaje de Altavista, periodista de "La voz del rioba", entrevistó cierta vez a Alberto Cortez. "¿A qué curro se dedica usted?", Cortez lo miró sorprendido. "¿Cómo ‘a qué curro’? Soy compositor y cantante. ¿No me conoce acaso?". "No. Muéstreme algo de lo que sabe hacer", le espetó Minguito. Se sentó Cortez frente a un piano y comenzó "a partir de mañana empezaré a vivir la mitad de mi vida…". Cuando terminó, Minguito le pregunto cuándo había compuesto esa canción. 

"Cuando estaba por cumplir casi 40 años", le contestó. "¡Entonces usted se va a morir a los 80!", concluyó divertido Minguito y la carcajada fue general. Cortez sonrió. 

Él, que le canto a la vida con la naturalidad del sol que asoma por las ventanas, y a la muerte, con la sencillez de la noche que se hace cargo del final del día, en realidad acaba de morir a los 79 años. Pero nótese el detalle. Dijo que lo compuso cuando estaba por cumplir "casi 40", más otros "casi 40", son "casi 80", o sea 79. Poética premonición, Maestro.

En mi barrio hay un duelo silencioso. A la cabeza, el "Cachito" Martín, fiel seguidor del pampeano, y de quien aprendí a querer sus canciones, que es como querer la persona del autor. Él me invitó a verlo cada vez que vino por San Juan, y con él nos apartamos en cada juntada, a hacer "Mi árbol y yo", que aprendimos con la dedicación sublime, de aquello que se hace sin otro objeto que darle rienda suelta a los sentimientos. 

Si alguna vez derramé una lágrima entonando a Cortez, fue al recordar un amigo que acababa de partir, o procurando sellar la muerte de los dos perritos de uno de mis hijos, que un auto atropelló en las quietas calles de San Roque, en Jáchal. Me dolió mucho esa muerte y frente a mis amigos no calculé bien el efecto que me haría cantar "Callejero", al día siguiente, y fue que se nublaron mis ojos y mi garganta durante toda la canción. "Su filosofía de la libertad". Cada vez que me pasaron una guitarra, Cortez estuvo allí, infaltablemente, con el efecto seguro de que llegaría al alma de mis amigos. "Te sigo queriendo como el primer día", sé que reafirmará lo que siento por ella, un ser muy especial. "El abuelo un día", habrá de homenajear toda la sangre española, que regó en sudores las viñas de la San Miguel. "En un rincón del alma", se seguirá escondiendo aquel poema que dejó un amor perdido. Y "a mis amigos les adeudo la paciencia, de tolerarme mis espinas más agudas", sé que habrá de absolverme finalmente, ante ellos, de todas las vanidades, mis temores y mis dudas.

Se fue Cortez, caminando su destino. No le contemos la historia. Dejemos que lo haga el vino  que tiene buena memoria. Bebamos por él un trago, que ya es tiempo de apagar, el fuego que arde en mi pecho, cuando un amigo se va.

 

Por Orlando Navarro
Periodista