Una vez que se impusieron las carrozas fúnebres a motor, San Juan solo contaba con carrozas de tracción a sangre tirados por caballos. Estos transportes eran como la de los cuentos de reyes, princesas y hadas, muy bellas, lujosas, y tristemente suntuosas tiradas por negros y brillantes caballos, acorde al charol del lustre de las carrozas. Al trote compasado el cortejo doliente, se dirigía al cementerio de la Capital, lugar de las últimas lágrimas y comienzo del dolor. La carroza de las coronas y las flores lucían más pomposas aún. Era el último homenaje de despedida por parte de familiares, amigos e instituciones. Llamaba mucho la atención de las dimensiones de la carroza como los caballos que tiraban de ella. Por lo tanto, eran muchas también, las personas que se apostaban a la vera de las calles para ver pasar ese impresionante cortejo, donde el color que predominaba era el negro.
Las carrozas blancas estaban encargadas sólo de llevar bebés y niños de corta edad a quienes se les llamaba "angelitos”. Siguiendo con las carrozas, destinadas a célebres fallecidos, estaban a cargo de hombres que tiraban de las riendas de los caballos, ellos siempre permanecían sentados de manera recta cual si fueran estatuas. Vestían de smoking y guantes blancos, circunspectos y la mirada siempre hacia adelante, soportaban la eterna espera, para dar comienzo a su labor. Dos fotos, dos sepelios, una del párroco de la Iglesia de Concepción, Padre De la Puente y la otra, muy a pesar mío, el entierro de mi padre, José Mazuelos F. fallecido trágicamente mientras sacaba fotos, como reportero gráfico de Diario Tribuna. Allá, en el año 1952, un 21 de abril.(una de las coronas de flores era de la María Eva Duarte de Perón). Ver llegar estas carrozas a cada domicilio en donde el dolor se trasladaba en ellas tiradas por caballos, transformaban lágrimas, del último adiós. Vistas al día de hoy, sólo son piezas de museo que no han perdido su belleza, y saben del dolor de quienes las necesitaron.
