Señor director: 


Estábamos estudiando, o muy probablemente conversando, en la casa paterna del "Chancho'' Avila. Aún vivía el padre de Raúl, un riojano orgulloso de sus orígenes en Milagros. 


Cuatro éramos los que nos reuníamos para estudiar en su casa de Rawson: el "Chancho'', el Tito Ruffa, Carlitos Yurcic y yo. Nos recibimos juntos en el secundario y juntos emprendimos la carrera para contador público en la Universidad Católica.  


Raúl, que ya mostraba una aguda inteligencia en los albores de su militancia política. Poco a poco se sumergió en la dura arena de esos años, que ya preanunciaban lo que se conoció luego como los años "de plomo'' de los "70.  


A mí me tocó el servicio militar y por cuatro años dejé los estudios. Entonces lo perdí de vista hasta un día de 1969 lo volví a encontrar. Recuerdo que me hizo un comentario que me dejó helado: "Orlando, para sacar a estos tipos, no queda otra que la lucha armada''. Me conmovió porque no era un muchacho de hablar porque sí. Le conocía la fuerza que ponía en sus ideas, siempre aferradas al ideario peronista. 


Después, con los años, reconocí en Raúl, un ejemplo de soldado íntegro, capaz de dejar su vida por un ideal, más allá que uno lo pueda compartir o no. Siempre le admiré la valentía con que enfrentó los sinsabores de su arriesgado camino, y me abracé con él, después que quedara en libertad de su prisión en La Plata. 


Por eso no me sorprendió la espectacularidad de su carrera en el sindicato de los Empleados de Comercio, ratificada siempre en las urnas, y la tenacidad indomable de su lucha en defensa de los intereses de sus compañeros.  


Lo que si me sorprendió, y dolió, fue su muerte, a hora tan temprana, para todo lo que podía esperarse aun de él. Lo demás, es historia, que la dejó en las manos mansas de un vino, "que tiene buena memoria, como dice Cortéz, y levantemos por el un trago, que ya es tiempo de apagar, el fuego que arde en el pecho, cuando un amigo se va''.