Señor director: 


Como siempre, quiero compartir con los lectores de vuestro diario, anécdotas e historias de mi pueblo, en la Cuarta Región de Chile. Historias como la de un cura rural, hijo del pueblo, que sugiere reflexiones vitales para creyentes y escépticos en mi tierra de la "lonja ribereña". Allí, donde un par de manos avejentadas de un joven presbítero, se asomaban por una ventana neocolonial como implorando un perdón innecesario. Cura de mi pueblo... 


José María Rojas, hijo del pueblo de Diaguitas (Chile) yace olvidado en el cementerio local. El olvido alcanza a otras figuras como Juan José Rodríguez, párroco con iniciativas tales como cambiar el alumbrado a carburo por el de un motor eléctrico. Transformó, además, en capilla de altura, al cerro ubicado en Hierro Viejo. 


José María, fallecido en 1942, estudió en el Seminario Conciliar y luego en la Universidad Católica. 


Finalmente, las vocaciones sacerdotales de los hijos del pueblo ribereño tienen ese aire terralero de libertad y aprehensión ante la mínima ofensa. Sin embargo, la mesura está primero: calla y sufre en soledad. Hay algo de Cristo de los Andes y San Pedro. El río guarda silencio, llueve.