La "Máquina" de fines de los años '40 y principios de los '50. A bajo, la formación de River en San Pablo, Brasil, hace unos días en partido por Copa Libertadores frente a Palmeiras.

Mi infancia se alimentó de fútbol. Crecí bajo la dictadura mortal, avasallante, irrespetuosa, monumental, de "La máquina". Aquel brutal mecanismo de ganar que asoló las "praderas eléctricas" (expresión feliz sobre una cancha, que le robo al autor madrileño, Manuel Jabois) del fútbol argentino, a fines de la década de 1940 y comienzos de los '50. La "Maquina" de Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau, se apoderó de la pelota en aquellos años. A los demás, sólo les quedó rendirse frente a la ola tortuosa de sus fintas, gambetas y goles. En ese entonces, no era consciente de ese embrujo, pues tenía cinco años. El despertar de la conciencia, me vino de golpe, a los nueve. Esa tarde que nunca olvido en que mi viejo me llevó al Estadio del Parque de Mayo a ver retazos de aquella "máquina", en pleno proceso de recambio. Corría el año 1955, y vi a Carrizo y Labruna, aún vigentes, pero también a Alfredo Pérez, Vairo, Eliseo Prado, Walter Gómez, Roberto Zárate, y los pibes Menéndez y Sívori, que eran las caras nuevas a las que Pepe Minella trataba de transmitir el hechizo de la infernal "máquina". ¿Cómo sucumbir a la contundencia de aquellos tres campeonatos seguidos del '55, '56 y '57, que consolidaron en mí esa parte fundamental de mi vida futbolera, que es ser hincha de River. Fue tan buena la vacuna que me inocularon en ese entonces, que me inmunizaron para los oscuros 18 años posteriores, sin títulos, que asolaron los finales de mi niñez y toda mi adolescencia. Hasta que llegó 1975, con Angelito Labruna en la dirección técnica. En esa época, sin saberlo, en las entrañas del Monumental, crecía aquel ser elegido, que ve más allá. Dijo de él Alejandro Sabella, no hace mucho, que "ese muchacho tiene la cancha dibujada en la cabeza". Ese muchacho es Marcelo Gallardo. El que trajo al fútbol de River, o le devolvió, aquella mística demoledora de la "máquina" de los '40, cuya máxima expresión vi días atrás en la atribulada cancha del Palmeiras. Ese River fue una máquina. Gustó tanto, que no importaron las malas artes conque pudo sostenerse, a duras penas, la clasificación de los brasileños. Así, a Gallardo no se le escuchó una sola queja. Sólo alabó y reconoció la entrega de sus jugadores. Lo que impactó para siempre, en propios y extraños, fue ese derroche de buen fútbol y goles, que fue River en Brasil. A mis viejos les debo esta pasión, a River, mi devoción y a Gallardo el reencuentro del hincha millonario con el paso arrollador de la famosa "Máquina", que gozaron nuestros mayores.


Orlando Navarro
Periodista