Señor director:
Cuando por alguna circunstancia, alguien tiene la gentileza de mostrarme su casa, lo hago con el interés más bien puesto en halagar al dueño, que en fijarme en los detalles, porque no soy bueno para eso. Ni persigo el inútil afán de ver cómo viven otras personas. Pero, todo cambia cuando llegamos a los fondos. De forma automática trato de ubicar la parrilla. No tanto por conocer sus características constructivas, como saber si está prevista. Si no es así, guardo una secreta decepción, porque el asador, es como que forma parte de la personalidad de un individuo.
Vean si no es importante, cuando les cuente lo que le pasó a un señor, que tuvo que separarse de su mujer. No le importó tanto que el novio de su ex le ocupara la casa, el placard, la cama, y lo demás que se imaginan, como que hiciera asados en "su” parrilla. Esa que diseñó él, donde pasó inolvidables momentos, y donde quedó un pedazo grande de su corazón.
Una analogía de esa situación, la experimenta todo cristiano cuando está haciendo un asado, y tiene el infortunio de que algún comedido quiera darle vuelta la punta de espalda, o acaso arrimarle alguna brasa porque "me parece que le falta fuego”.
No hay peor cosa que a uno le toquen el asado. Porque eso define y distingue un asador, y se va perfilando desde el momento mismo en que busca la leña. Nada debe dejarse en manos de otro. Nunca. Ni eso, ni el vino, ni las ensaladas, ni el pan. Menos la carne, obviamente. Ni que decir los chorizos, morcillas y la parrillada (¡cómo te extraño "Peladito” Villavicencio!).
Usted párese detrás de un desconocido que está comprando la carne y fíjese cómo le va indicando al carnicero qué corte quiere y en qué cantidad. Con qué esmero lo hace, como si estuviera eligiendo su nuevo auto.
El carnicero, antes de meter el cuchillo, inquiere respetuoso por donde cortar, mientras que con el dedo gordo y el anular, el comprador le da una idea del ancho de la tira. Deduzca si va a dejar que alguien meta manos en esa obra maestra que va madurando en la parrilla.
Jugarse con un asado a la llama, o la sorpresa de algún corte especial, entrañita, palomita, o mezclar una costillita de cerdo, o un matambrito, en fin, son recursos que se reserva, para que después todos comenten favorablemente sus condiciones.Hasta en la presentación de la carne en la parrilla, y la forma de servir, pone el mayor cuidado, o en ocasiones se viste de gaucho, para agregarle otro condimento a la más tradicional de nuestras mesas.
Que todos coman, que no quede nada, es el mayor trofeo de ese hombre, que con la frente sudada y la cara hecha un fuego, asiente brindar con un trago, cuando alguien grita con fervor "¡un aplauso pa’l asador!”.
Ahora me voy, porque por allí siento el bordonear de unas guitarras y no me lo quiero perder.