"Tratá de no llegar tarde. A la una comemos”. Si vieja, sí. A la una voy a estar. Esta escena, ese diálogo, puede ser de ahora, que ya eres abuelo y aún le das a la pelota, o de cuando tenías 12 años y el imán del potrero volvía a atraerte con su irresistible energía. La pelota, siempre la pelota. Antes, después y ahora. De pibe, de joven, de veterano. Acabo de ver un tuit de Angelito Di María, sobre lo que es ser jugador de fútbol, ya sea en tu canchita de barrio, o en la gran vidriera internacional. "¿Qué hiciste el lunes?, entrenar, ¿el martes?, entrenar, ¿el miércoles?, entrenar, ¿el jueves?, entrenar, ¿el viernes?, entrenar, ¿el fin de semana?, no puedo salir, juego. El entrenamiento sigue Di María – terminó. Parado, con el bolso bajo el brazo, uno se detiene un momento y se queda mirando la cancha. Piedra, tierrita, pasto. El lugar donde jugamos. Esa tierra y esas piedritas donde alguna vez nos caímos y nos raspamos las rodillas las caderas, los codos y las manos. La tierra que te hizo ensuciar toda la casa y que tu mamá te dijera, ¡sacate los botines y las medias afuera, y andá directo a las duchas! Los reproches de la novia, de los amigos que aman la joda, de los familiares que te preguntan ¿por qué mejor no estudiás? ¿Qué saben ellos lo que es meter un gol, sentir el abrazo de los compañeros, de la tensión antes de los partidos, de perseguir cinco cuadras al micro porque llegás tarde al entrenamiento?”. Y sigue explicando lo inexplicable, de ese hormigueo que traemos desde la panza de la mamá, y que nos hace patear una pelota aún antes de saber caminar. El tuit es más largo, pero huele a aceite verde, a gramilla, tablón, mandarinas y "manices”. Alberto Dante Naveda, aquél "diez” de San Martín y de la selección sanjuanina, en los años sesenta, me hizo llegar estas reflexiones, de un jugador veterano. "¿Por qué jugás en veteranos? ¿Acaso creés que vencerás el tiempo? El veterano, con una sonrisa en el rostro, se sentó y con un tono muy amable contestó. Fue muy buena tu pregunta. Muy mala tu observación. ¿Querés saber por qué juego? Escuchá. Juego porque vivo agradecido de andar jugando a mi edad. Juego porque mi familia apoya mi decisión y cuando voy a jugar me traigo su bendición. Juego porque a esta edad, lo hago con más cariño. Será porque a cada adulto le queda algo de niño. Juego porque aprendí a ser humilde cuando llega la victoria y valiente ante la derrota. Aunque esta no sabe a gloria. Aprendí a pedir perdón y también a perdonar. Es muy fácil recibir, pero muy difícil dar. Por eso juego mi hermano. Y si querés otra razón, juego porque tengo agallas y bien puesto el corazón. Y, cuando llegue el momento de emprender la retirada, lo haré con la frente en alto y firmeza en la mirada. Y en mi último partido, no me importa el resultado. Cuando suene el silbato final, me sentiré triunfador. Y entonces podré agradecer, por lo dulce y lo amargo, por la alegría y el dolor, por los amigos ganados. El joven expresó un susurro y se dirigió al veterano para decir, gracias, mil gracias, señor. Ahora entiendo porque juega mi papá”. Dedicado a todos los amantes del fútbol, en especial los veteranos.

Por Orlando Navarro
Periodista
Ilustración: Rodolfo Crubellier