Señor director:

Cuando en un barrio pobre hay un ladrón, los vecinos no lo denuncian porque es el hijo de mi vecino, amigo de mi hijo, el "amigovio" de mi sobrina y parte del equipo que patea la pelota a mitad de cuadra. Por pudor y vergüenza ajena, todos se callan, porque no saben si el día de mañana, eso puede llegar a pasarles en su propia familia.

Lo mismo pasó con los guerrilleros, todos se callaban. La diferencia estriba en los distintos orígenes socio – económicos. Los segundos recibieron otra educación. Estaban mucho más preparados y tenían aspiraciones de poder político. Fue así como los jóvenes eran inducidos a levantarse contra sus familias, mentir, robar, secuestrar, matar, con el objetivo de hacerse del poder. Y al poco tiempo de haber matado, y traspasado sus límites, actuaban sólo para destruir, ya nada les importaba ni sus conciencias, ni las leyes naturales que tiene todo ser normal, que hacen se frene frente las injusticias y la falta de verdad. ¿Y por qué van a actuar distinto cuando llegan al poder? 

Hace largo tiempo, en nuestro país se ha roto el contrato social. Como sociedad hemos olvidado de aquellas palabras más que milenarias: honrar padre y madre, no matar, no mentir, no cometer actos impuros, no codiciar los bienes ajenos.

El agnóstico Napoleón Bonaparte argumentaba que cada sacerdote le ahorraba tener 10 policías. Creo que es hora de que recapacitemos y que volvamos a dar el lugar que corresponde a los valores morales y hagamos de nuestro país una morada de paz y tranquilidad, deseable y agradable.